DEJEMOS QUE EL TIEMPO BAILE. Por Alicia López Martínez.

Sección: Escritos de tiza y versos

Viernes, 16 de febrero. 202

¡Qué desvergonzada es la juventud! Desde luego, no me extraña que luego pase lo que pase. ¡Vaya forma de bailar! ¿Dónde han quedado el vals, el bolero, el tango, el twist, el rock o la rumba? ¿Cómo es posible que las crías muevan de esta manera sus nalgas cada vez que el l DJ de turno pincha una canción de Maluma o de Karol G. de esa manera tan, tan, tan … ¿sensual?

“Y es que así nos va”, concluyen o, mejor, concluimos. ¿Les suena esto último? ¿No lo oíamos cuando éramos jóvenes? Pues bien, como podrán imaginarse, el tema de hoy es un tanto peliagudo y “caliente” ya que se trata del “endemoniado” perreo, ese estilo de baile o expresión cultural que va ligado al reguetón, género musical nacido en Puerto Rico y Panamá, que posee dos facultades. Por un lado, la de ser una combinación irresistible que invita al movimiento y la diversión a casi toda la chavalería actual a través de sus ritmos un tanto pegajosos (fusiona dancehall hasta hip-hop, incluso danzas africanas) y de sus letras sobre aspectos cotidianos. Por otro, la de ser capaz de generar sentimientos opuestos de amor y odio: ambos, reguetón y perreo son ofensa y escándalo para unos, e icono de libertad para otros.

Y sí, el término ya está incluido en el Diccionario de la RAE con la siguiente acepción: 1. m. Baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón, con eróticos movimientos de caderas, y en el que, cuando se baila por parejas, el hombre se coloca habitualmente detrás de la mujer con los cuerpos muy juntos.

Si nos centramos en su etimología, el vocablo «perreo», al igual que el que alude al acto “perrear”, (y sé que no voy a comentarles nada que no conozcan) proviene de la palabra «perro», en clara alusión a los contoneos que imitan el coito a tergo (vamos, la conocida postura del perrito). De ahí, esos meneos de cadera y de nalgas, provocadores y provocativos, que rompen con lo que pudiera considerarse moralmente aceptado o permitido en la sociedad occidental. Asimismo, y tomando en consideración que los adolescentes son de por sí transgresores, este nuevo tipo de baile, tremendamente voluptuoso, se ajusta a sus innatos deseos de transgredir las normas, su gusto por el riesgo y por lo “presuntamente” prohibido y sancionable con el fin de buscar la libertad y encontrar un yo independiente. En realidad, no es más que una etapa de nuestro desarrollo que nos permite alcanzar la madurez y la autoafirmación como personas. Y todos o casi todos hemos sido transgresores pues transgredir puede tener como sinónimo desobedecer o quebrantar, no obstante, recordemos que, a veces, para avanzar hay que romper barreras, es decir, hay que transgredir (del latín trans-grĕdi- “pasar más allá de”). Así es como la sociedad evoluciona o involuciona, por supuesto.

Desde luego, en un mundo tan globalizado, el mestizaje es un hecho y la música es un símbolo de identidad dentro de un grupo social. Por eso, el perreo se ha convertido en una parte significativa de la cultura urbana y de la música latina. De todos modos, como se indicó anteriormente, tampoco se puede negar que con este baile se mantengan los eternos debates sobre su significado e impacto en una sociedad que aún mantiene ideas sexistas y misóginas. Aquí encontramos la segunda faceta del perreo. Algunos sectores han criticado y critican, no sin razón, este tipo de música y baile al verlos como claro ejemplo de hipersexualización y la objetivación de las mujeres (solo hay que escuchar canciones como “PAM” de Alfa, “Hasta que Dios diga” de Bad Bunny o “Despacito” de Luis Fonsi). Sin embargo, otras personas los consideran una forma de expresión artística y de liberación. Es más, el perreo sería una forma diferente de reivindicación feminista.

Me explico. El reguetón, en sus comienzos, estaba circunscrito a un mundo de hombres: eran ellos quienes lo cantaban. También, al tratarse de una música undergrownd, sin mucho calado en un principio, en la mayoría de las letras la mujer era, en no pocas ocasiones, insultada, tratada con desprecio y cosificada. Pero, con el éxito a través de la plataforma de reproducción Youtube, las redes sociales y Spotify (desconozco si fue sorpresa para ellos mismos), y, sobre todo, con la entrada a escena de las primeras reguetoneras como Ivi Queen o Glory, que “transgredieron” las normas impuestas para ser escuchadas en este espacio, y posteriormente, con cantantes como Lola Índigo, Rosalía o María Becerra, han cambiado muchas cosas. Ahora, en el reguetón se escuchan canciones reivindicativas, canciones contra el maltrato de género o canciones donde la mujer muestra su empoderamiento. (“La tirita”, de Lola Índigo, “Cállate ya» de Danna Paola, o la famosísima “Malamente” de Rosalía).

De igual modo, hemos de tener en cuenta que, en general, la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres se había centrado y aún se centra, como es lógico, en aspectos educativos, laborales o legislativos, o sea, en los derechos esenciales. Sin embargo, el feminismo, desde principios de este siglo, además de estos derechos vitales, busca la reivindicación del cuerpo femenino como nuestro y, por tanto, merece la pena que gocemos de él y con él. Esta nueva idea del cuerpo femenino nada tiene que ver con lo tradicionalmente enseñado. “Tu cuerpo es culpable de pecado”; “No tienes derecho sobre tu cuerpo”, “Tu cuerpo puede ser usado por el hombre a su antojo”, “Tú eres mía, tu cuerpo también”, “Para completar la naranja aristotélica, necesito de tu otra media naranja”. Creo que es una interpretación del cuerpo y de la sexualidad de la mujer mal entendida y estigmatizada. Y es que, si salimos de esta moral impuesta desde hace siglos, se podría afirmar que el perreo es una forma de expresión artística que pone de manifiesto la confianza, el dominio del cuerpo y la destreza de quien lo ejecuta, sea mujer u hombre. Desde luego, al desafiar las normas tradicionales de la danza y de la feminidad, este baile se convierte en un acto subversivo. Ya no es el varón el agente, el que te lleva de aquí para allá, sino el paciente. Al abrazar el cuerpo, al contonear, al verse sexy, una mujer reclama el derecho a disfrutar y de nuevo se desafían esas ideas de que, si no nos comportamos de una manera adecuada, dentro de esos estereotipos impuestos, no merecemos respeto. Es obvio que esto choque. Y es evidente que se hable acerca de la supuesta “vulgaridad” o “sexualización excesiva”. Sin embargo, es importante considerar quién tiene el poder de definir qué es aceptable en términos de expresión corporal femenina.

Sin duda, el perreo (o el twerking) es mucho más que un simple baile, es diversión, es liberación, es ejercicio, es desafío ante etiquetas absurdas. Pero no hay que olvidar que todo depende del contexto cultural y las experiencias individuales. De ahí que sea necesario fomentar un diálogo abierto y respetuoso, reconociendo que las opiniones pueden ser diversas y complejas. Tal vez, el perreo solo sea una moda pasajera o, quién sabe, tal vez llegue a convertirse, como aquel escandaloso vals del siglo XIX o los irrespetuosos tango y twist del pasado siglo, en algo hermoso y normalizado. Dejemos que el tiempo pase o que el tiempo “baile”.


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