La educación de las mujeres en la Ilustración II

Por Elisa Vázquez

Sección: Mujeres y Educación

Viernes, 4 de febrero. 2022

La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana supuso una clarísima denuncia del paradigma ilustrado que, en principio, iba a dejar relegada la posición de la mujer en el nuevo estado liberal, y se constituyó, como hemos señalado en el artículo anterior, en el germen del posterior movimiento feminista. La mujer era visible, tenía derechos y mucho que aportar a la nueva sociedad que se pretendía alcanzar. Tenía derecho a la educación y al conocimiento, igual que los hombres, pero ¿disponía de la necesaria capacidad intelectual para ejercerlo? Este interrogante —que ahora nos parece ofensivo— hace que surja un gran debate a lo largo de la Ilustración, desencadenado en buena parte por el padre Benito Feijoo con su tratado «La Defensa de las Mujeres», donde criticaba la actitud mayoritaria de la sociedad de desprecio e infravaloración hacia la capacidad femenina «para todo género de ciencias y conocimientos»1

El propio Feijoo fue plenamente consciente de la dificultad de su pretensión. Lo expresaba con estas palabras: «En grave empeño me pongo. No es ya solo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres viene a ser lo mismo que ofender a todos los hombres»2

El Padre Benito Feijoo y dos de sus obras, un acérrimo defensor de la igualdad entre mujeres y hombres en todos los ámbitos.

Su obra Teatro Crítico Universal fue escrita entre los años 1726 y 1739. El título de la obra hace referencia a su propósito: del mismo modo que en un teatro real van sucediéndose escenas y personajes, por su obra van pasando todo tipo de temas y contenidos. Lleva como subtítulo «Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes». Hay una clara intención general: luchar contra el error, tratando problemas de actualidad de la época, y contra las creencias comunes o tradicionalmente falsas arraigadas en la sociedad española.

El Discurso XVI trata del error generalizado en la sociedad acerca de la desigualdad de los sexos. Durante todo el capítulo, Feijoo irá desgranando sus argumentos para corroborar no solo que el hombre no es superior a la mujer, sino también que esta está capacitada para ejercitar las mismas labores que el sexo masculino, tanto artísticas o intelectuales como políticas.

Como he mencionado, desde el primer momento Feijoo admite lo ardua que va a ser su tarea de defender a las mujeres. Por tradición se las ha desvalorado siempre en todos los ámbitos posibles: moral, físico e intelectual, pero él está convencido de que la teoría de que las mujeres son inferiores a los hombres y causa de todos los males es una falsedad. De igual modo rechaza las ideas contrarias que sitúan a la mujer como paradigma de perfección. La tarea que se propone Feijoo es defender la igualdad de los sexos, comparando a hombres y mujeres desde el punto de vista ilustrado de la utilidad y el progreso. Feijoo defiende que, al igual que la Historia la escriben los vencedores y no los derrotados, la supremacía es atribuida al género masculino porque son ellos los que escriben, los que se adueñan de todo y los que dan al mundo su versión de las cosas. Añade, además, que si las mujeres no saben desempeñar ciertas tareas, tradicionalmente ejercidas por hombres, no es por falta de entendimiento, sino por haberlas excluido de tales actividades. De manera que es erróneo considerar a las mujeres no válidas para ocupaciones, cargos o tareas, para las que no han sido educadas.

Feijoo corroborará a lo largo de su obra no solo que el hombre no es superior a la mujer, sino también que esta está capacitada para ejercitar las mismas labores que el sexo masculino, tanto artísticas o intelectuales como políticas.

Cualquier persona que tenga mucha capacidad o intelecto, parecerá torpe o ignorante en las disciplinas en que no se cultive. Además de la preparación previa que puede tener el hombre a la hora de razonar ciertos temas más elevados, goza de la conversación con otros hombres para esta tarea. Los hombres conversan, dialogan e intercambian conocimientos, por lo que cuando el individuo se expresa se le ha de suponer que su discurso está nutrido de otros tantos. La mujer no cuenta con ninguno de los dos elementos base citados: la preparación anterior y la absorción de otros discursos que amplíen sus reflexiones. Lo absurdo de esta cuestión es que, como apunta Feijoo, tal ha sido el convencimiento de que la mujer poseía un intelecto menor, que muchas de ellas terminaron por creerlo también.

En suma, para Feijoo, el relativismo cultural existente y la situación social de la mujer originaban una división del trabajo profundamente marcada por la peculiaridad de los sexos, que convertía en axiomas lo que únicamente era producto de las circunstancias. Ese convencimiento le llevó a defender, de una manera absolutamente avanzada para la época, la capacidad intelectual de las mujeres y a intentar mostrar cómo su dignificación cultural produciría beneficios indudables al país.

Algunos ilustrados políticos y pensadores no compartían esta defensa de las capacidades intelectuales femeninas, pero sin encontrar argumentos sólidos con los que defender esa supuesta falta de capacidades.

Sin embargo, esta defensa de las capacidades intelectuales femeninas no era compartida, ni mucho menos, por todos los ilustrados y en su contra se manifestaron abiertamente políticos y pensadores que centraron sus discusiones no solo en la educación adecuada para las mujeres sino también en la admisión de socias en las instituciones ilustradas de la época.

En su conjunto, los opositores a la valoración intelectual, social y participativa de la mujer mostraban —como había señalado Feijoo— un notable relativismo cultural originado por la tradicional supremacía del género masculino. No presentaron planteamientos que analizasen en profundidad la peculiaridad intelectual de las mujeres, ni rebatieron con argumentos sólidos su supuesta falta de capacidades —algo que lógicamente nunca se ha podido hacer por ser una auténtica falacia, por no decir algo peor— sino que se enzarzaron en discusiones peregrinas en las que, a la vez que resaltaban las virtudes que la sociedad patriarcal había otorgado a la mujer, ponían de manifiesto la pobreza y la subsidiaridad de la vida cotidiana femenina.

Jovellanos, otro de los ilustrados que sí creía en el carácter de igualdad de las mujeres, en cuanto a capacidades y también en cuento a derechos.

Jovellanos, en cambio, se manifestaba partidario no solo de la capacidad de la mujer para entrar en academias y sociedades diversas, sino incluso de su participación directa en las mismas, aun siendo manifiestamente selectivo en su composición y valorando la pertenencia a ellas por la justicia de sus méritos y no por su riqueza y hermosura. Llevado del utilitarismo de la Ilustración, veía la incorporación de las mujeres a las sociedades económicas como un estímulo y un modelo nuevo a seguir para las mismas. Un modelo que transcendía de la frivolidad de las mujeres de las clases altas y de la ignorancia de la mayoría, para centrar sus esfuerzos en instruirse y participar activamente en las obras sociales existentes. No obstante, se opuso a que se constituyesen —como sucedió más tarde— en una junta aparte de la propia sociedad. Jovellanos consideraba que las mujeres, por recato, no acudirían a la sociedad económica, pero que desde sus casas colaborarían con sus propuestas. El problema estaba en encontrar, en aquellos momentos, mujeres capacitadas para presidir y analizar esas propuestas.3

Jovellanos si se manifestaba partidario tanto de las capacidades de las mujeres para entrar en academias y sociedades diversas e incluso de su participación directa en las propias juntas que las regían…

Siguiendo esta línea de pensamiento que podemos considerar significativamente moderna y avanzada, me gustaría destacar, por su manera directa de apelar al futuro, la postura de Ignacio López de Ayala que se manifestó como un feminista convencido y criticó duramente la actitud tradicional de postergación que la cultura patriarcal seguía ejerciendo sobre la mujer: «Llegará un tiempo en que nuestro siglo parezca tan mal a los futuros, por excluir a las señoras de la instrucción y el manejo de que son capaces, como nos parecen mal los pasados por la repetición con que anhelaban tenerlas encarceladas y sofocar todas sus luces.». Y más adelante expresaba: «Los hombres son los únicos que han desprovisto al otro sexo; celosos de una autoridad inhumana, las reducen al ocio».4 No menos taxativo se mostraba en esta afirmación: «Un hombre reducido a vivir como mujer sería tan mujer como cualquiera de ellas y solo añadiría a la pequeñez, la desesperación.»

Como vemos, sus manifestaciones nos indican un avance significativo en su tiempo en cuanto a la consideración hacia las mujeres por la crítica que hace a épocas anteriores y, por otra parte, nos indica que la única opción en este conflicto es la consideración de igualdad para ambos sexos. Pienso que López de Ayala todavía tendría mucho que reclamar a nuestro actual siglo XXI…

Los hombres son los únicos que han desprovisto al otro sexo; celosos de una autoridad inhumana, las reducen al ocio

Ignacio López de Ayala, ya en aquel entonces feminista convencido y crítico

BIBLIOGRAFÍA

  • Feijoo, Benito. Teatro Crítico Universal, B.A.E., vol. 56, 1727.
  • Negrin Fajardo, L., La Educción Popular en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, 1987.
  • Ortega, M., “La defensa de las mujeres en la sociedad del Antiguo Régimen: las aportaciones del pensamiento ilustrado”. En: El feminismo en España: dos siglos de historia. Coord. por Pilar Folguera, 2007, págs. 11-44.

1 Feijoo, Benito. Teatro Crítico Universal, B.A.E., vol. 56, p. 50. 1727.

2 Feijoo, Benito. “Defensa de las mujeres”. Teatro Crítico Universal, tomo I, p. 50.

3 Negrin Fajardo, L., La Educción Popular en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, 1987.

4 Ortega, M., “La defensa de las mujeres en la sociedad del Antiguo Régimenl: as aportaciones del pensamiento ilustrado”. En: El feminismo en España: dos siglos de historia. Coord. por Pilar Folguera, 2007, págs. 11-44.


Elisa Vázquez.

Nacida en Ponferrada, donde actualmente reside, es diplomada en Educación Infantil y doctora en Filosofía por la Universidad de Murcia. Escribe, principalmente, Literatura Infantil y Juvenil. Tiene publicados los siguientes libros: Doña Chancleta y el cohete-lavadora (agotado); La Pócima Mágica y Regreso a Montecorona (los dos primeros títulos de la colección Lucy y Pepón en NubeOcho Ediciones); Amapola y la Luna y El sueño del ángel (Ediciones en Huida); El Reino de Úlver, con la colaboración del Consejo Comarcal del Bierzo y Marta y Brando. Magia traviesa (Uno Editorial).

            Socia fundadora del Club Literario Petronio, que intenta fomentar la lectura y activar la vida cultural en su localidad, participa con sus cuentos y artículos en blogs y espacios literarios televisivos. Sus textos —principalmente relatos, artículos y poemas— aparecen en varias antologías de escritoras leonesas, como en el libro homenaje a Concha Espina publicado en 2018 y en un segundo publicado en 2020 sobre la misma autora. A Josefina Aldecoa en 2019; a Alfonsa de la Torre en marzo de 2020 y este año en el libro dedicado a la poeta berciana Manuela López. Así mismo, en el libro de autores bercianos que se editó con motivo de la entrega del Premio de la Crítica Literaria 2018, que tuvo lugar en Villafranca del Bierzo a primeros del mes de abril del año 2019. En 2021 ha publicado Vivir del viento, su primera novela para adultos, con la editorial Letra r y ha participado con uno de sus relatos en la antología Misterio en El Bierzo, de la editorial Más Madera.

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