La educación y las mujeres.

Por Elisa Vázquez

Sección: Mujeres y Educación

Viernes, 24 de septiembre. 2021

La relación Educación y Mujer ha tenido, a lo largo de la Historia, sus luces y sus sombras, siendo estas últimas más pronunciadas y perdurables. En un primer momento pudiera parecer que las mujeres en la educación siempre han tenido un papel fundamental ya que, precisamente, educar es una tarea de las consideradas tradicionalmente —al menos en la sociedad occidental— como “femenina”; pertenece al ámbito del cuidado, a cuyas actividades nos hemos visto relegadas durante mucho tiempo. Pero a poco que reflexionemos y profundicemos, nos daremos cuenta de que las mujeres hemos sido deliberadamente apartadas del ámbito educativo durante la mayor parte del desarrollo histórico de nuestra especie. Y, desgraciadamente, continuamos apartadas en muchas partes del planeta y en infinidad de sociedades.

            Esto es debido, en mi opinión, a que la Educación es Poder —y aquí anoto ambos términos con mayúscula—, algo que siempre han sabido los regímenes totalitarios. Tal vez podríamos afirmar, incluso, que en la Educación reside el mayor Poder, motivo por el cual el papel de la mujer en las tareas educativas, cuando se ha permitido, se ha restringido a los ámbitos más elementales, a los primeros ciclos de la misma y a los lugares más “domésticos” de su desarrollo. Se podía ser maestra de primaria, cuidadora de párvulos o institutriz en tiempos en los que no se podía acceder a la Universidad siendo mujer. Lo difícil para las mujeres no es llegar a tener un trabajo docente, sino llegar a alcanzar los más elevados puestos de conocimiento, investigación y autoridad dentro del mismo. Algo que comparten otras carreras consideradas propias del sexo femenino como la Medicina: se podía llegar a ser enfermera —quien mejor que una dulce mujer para lavar, curar, cuidad y consolar a los que padecen enfermedad o se acercan a la muerte, ¿quién podría aportarles mayor consuelo que aquellas a las que su propia naturaleza abocaba a las tareas de cuidado en general y de servicio en particular?—, pero llegar a ser médico o cirujano ya era otro cantar; eso requería un alto grado de racionalidad, inteligencia y, parece ser, testosterona. En fin, creo que se entiende bien el ejemplo porque se ha extendido a casi todo: se puede ser monja pero no papisa, cocinar a diario pero no ser una gran chef…

Durante la etapa franquista las mujeres estuvieron abocadas a una determinada y sectaria educación que las preparaba para ser «perfectas» amas de casa. Niñas aprendiendo a coser en la Escuela.

            Además, la Educación no solo es Poder en el amplio sentido del término, es también una ventana al mundo o una puerta con dinteles dorados. La educación —regreso a la minúscula pero sin restarle valor— nos abre camino hacia los demás, nos muestra otras formas de vida y pensamiento, nos libera la mente, nos hace fuertes, menos manipulables, más críticos. Alguien dijo una vez que el acto más reaccionario era estudiar. Es lógico que, sabiendo esto, el patriarcado no haya querido —ni quiera— a sus mujeres educadas, cultas, ya que las quería en casa y a su servicio.

            Han sido las propias mujeres, con sus luchas y desobediencias, con sus sacrificios —innumerables veces a costa de su vida, tanto perdiéndola literalmente como quedándose sin objetivos propios—, con sus astucias y artimañas —hay que ser muy astuta y saber “buscarse la vida” cuando se vive siempre sometida—, con su paciencia y su inteligencia, las que han ido conquistando espacios en el ámbito educativo. Pero estas conquistas no son universales, no se han conseguido para todas las mujeres y, en la actualidad, son muchas las que no disfrutan de ellas a lo largo del planeta. Pensemos un momento en la desoladora actualidad de Afganistán; en la absoluta prohibición del régimen talibán hacia la escolarización y educación de las mujeres, hoy, ahora, en este momento.

            Pero no hace falta ir tan lejos, ni fijarnos en una situación que nos puede parecer extrema. Aquí mismo, de forma más sutil, se sigue vetando el acceso de las mujeres a muchos ámbitos educativos con distintas prácticas disuasorias como el llamado “techo de cristal” o, algo que ha sido muy grave para muchas de nosotras, la falta de referentes femeninos. Y digo de forma más sutil, ahora, porque no debemos olvidar que en nuestro país hubo hasta hace poco —sí, poco, porque en los plazos del devenir histórico esto pasó hace dos días— una dictadura fascista que sometió a las mujeres españolas a un régimen que poco tiene que envidiar al de los talibanes.

            Como dije más arriba, los regímenes totalitarios conocen el poder de la educación, la posibilidad de adoctrinamiento a su favor que brindan las aulas y, por ello, nunca han desaprovechado ese ámbito. Así, en nuestro país, se eliminaron a los maestros y maestras  nombrados por la República, tanto echándolos de sus puestos de trabajo como asesinándolos directamente, para poner al frente de las escuelas a aquellos docentes afectos al régimen, escogidos y dirigidos en muchas ocasiones por un organismo de represión educativa como fue la Sección Femenina. Las mujeres podían dar clase pero ¡con qué condiciones! Las niñas podían ir a la escuela, pero para aprender corte y confección y todas las artes necesarias para convertirse en buenas esposas y madres. Este momento de nuestra historia reciente merece, por su perversidad, capítulo aparte y espero volver sobre él y contar algunas cosas que ocurrieron y que marcaron la vida de nuestras madres y abuelas e indudablemente también las nuestras en amplios aspectos, no en vano proclama nuestro refranero: “De aquellos polvos vienen estos lodos”.

            A pesar de todo, me gustaría dejar algo muy claro: aunque se haya intentado ocultar nuestra presencia, hacernos invisibles para poder tratar a la mitad amplia de la humanidad como si fuésemos una minoría, aunque se nos hayan negado referentes femeninos, las mujeres hemos estado presentes siempre y en todos los ámbitos, tareas y desarrollos del ser humano. En todos los lugares del planeta y desde el principio de los tiempos; desde la Prehistoria. Un ejemplo: hasta hace poco, se pensaba —o al menos se nos decía— que en las antiguas sociedades humanas, solo se dedicaban a la caza de grandes animales los hombres. Ya sabéis aquello de la división del trabajo en las sociedades “cazadoras/recolectoras”… Pues bien, recientes hallazgos en Perú y Estados Unidos desmienten esas teorías. Las mujeres de la Prehistoria cazaban grandes piezas, cazaban como ellos, como parece querer demostrar, entre otros hallazgos, una tumba de mujer en los Andes. Tal vez en la educación de las mujeres de aquella época se incluían las prácticas de caza mayor. Tal vez por aquel entonces las personas no eran discriminadas en razón de su sexo; tal vez todavía no había nacido el patriarcado.

            A lo que me refiero es a que, en cualquier caso, las mujeres siempre hemos hecho lo mismo que los hombres: no ha habido actividad en la que no hayamos estado presentes de una u otra manera —cuentan que también hubo una papisa—, cuando nos lo permitieron y cuando no.

            Porque cuando no nos dejaron, desobedecimos.

            Y también quiero añadir que a nuestro lado siempre ha habido hombres que nos han valorado, respetado y apoyado. Hombres que, siendo padres, hermanos, parejas, hijos, han sido nuestros cómplices. En muchos casos, gracias a ellos, miles de mujeres han tenido acceso a la educación, incluso a la educación reglada.

Sin educación, las mujeres no tienen voz. Imagen: Manos Unidas.

            Y por último, lanzar una advertencia que en estos tiempos me parece fundamental y escribo con mayúsculas: SIEMPRE ESTAMOS EN PELIGRO DE RETROCESO. Lo que la desobediencia de nuestras antepasadas nos ha regalado, muchas veces a costa de su vida, nunca es algo seguro; tenemos que permanecer alerta y procurar que nuestros derechos se reconozcan en todas las partes del mundo. Somos la mitad de la Humanidad y ¡hemos conseguido tantos logros! Eso sin que nos dejaran, separadas del ámbito público, alejadas de la educación…

            ¡Imaginad lo que habríamos hecho si nos hubieran considerado iguales!


Elisa Vázquez.

Nacida en Ponferrada, donde actualmente reside, es diplomada en Educación Infantil y doctora en Filosofía por la Universidad de Murcia. Escribe, principalmente, Literatura Infantil y Juvenil. Tiene publicados los siguientes libros: Doña Chancleta y el cohete-lavadora (agotado); La Pócima Mágica y Regreso a Montecorona (los dos primeros títulos de la colección Lucy y Pepón en NubeOcho Ediciones); Amapola y la Luna y El sueño del ángel (Ediciones en Huida); El Reino de Úlver, con la colaboración del Consejo Comarcal del Bierzo y Marta y Brando. Magia traviesa (Uno Editorial).

            Socia fundadora del Club Literario Petronio, que intenta fomentar la lectura y activar la vida cultural en su localidad, participa con sus cuentos y artículos en blogs y espacios literarios televisivos. Sus textos —principalmente relatos, artículos y poemas— aparecen en varias antologías de escritoras leonesas, como en el libro homenaje a Concha Espina publicado en 2018 y en un segundo publicado en 2020 sobre la misma autora. A Josefina Aldecoa en 2019; a Alfonsa de la Torre en marzo de 2020 y este año en el libro dedicado a la poeta berciana Manuela López. Así mismo, en el libro de autores bercianos que se editó con motivo de la entrega del Premio de la Crítica Literaria 2018, que tuvo lugar en Villafranca del Bierzo a primeros del mes de abril del año 2019. En 2021 ha publicado Vivir del viento, su primera novela para adultos, con la editorial Letra r y ha participado con uno de sus relatos en la antología Misterio en El Bierzo, de la editorial Más Madera.

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