LUCES Y SOMBRAS DE CONCHA ESPINA, LA NOBEL QUE NUNCA PUDO SER. Por Mercedes G. Rojo.

Sección: Miscelánea en rojo. Algunas mujeres de mi vida I

Sábado, 20 de abril. 2024

En la celebración del Día Internacional del Libro.

El próximo martes día 23 estamos de celebración pues un día más se conmemora el Día del Libro, un día para celebrar la palabra, la lectura y ese objeto tan preciado para algunos que las contiene todas de formas tan diferentes y capaces de proporcionarnos momentos únicos en nuestras vidas como es el libro. En torno a ese día el recuerdo universal de dos figuras de la literatura que representan valores universales: Miguel de Cervantes con su representativa obra del Quijote, para quienes hablamos en castellano, y William Shakespeare para aquellos que se comunican en inglés. En MasticadoresFEM también queremos festejar ese día, pero para ello no vamos a hablar ni de uno ni de otro. Como no podía ser de otra manera hemos escogido hacerlo dedicándole nuestro homenaje a una escritora española, de reconocido éxito en su momento pero a la que el paso del tiempo y las circunstancias históricas que la rodearon en la segunda parte de su vida no han sabido tratarla con el respeto que se merecía.

Como queda claro en el título de este artículo, dicha autora no es otra que Concha Espina, una mujer muy ligada a mi tierra, Astorga (León) y que sin embargo tiene en ella sus luces y sus sombras, sus defensores y sus detractores, en muchos casos alejadas las razones que inclinan la balanza hacia uno u otro lado de sus méritos literarios, que fueron muchos. Así que van a permitirme que me acerque a ella a través de un artículo que escribí hace ya algún tiempo para un periódico digital de la comarca y que rescato casi íntegro. Lo que en él relato se puede extrapolar fácilmente a otras realidades más universales de nuestro panorama nacional (e incluso internacional pues algunas de las obras de Concha Espina tuvieron gran predicamento en numerosos países fuera de España, siendo estas obras traducidas  a un buen número de idiomas diferentes y en repetidas ediciones). El artículo servirá también para recordar la realidad literaria y cultural de una ciudad que parece haber caído en declive inexorable de unos años para acá. Con pequeñas actualizaciones, pues, lo comparto casi tal cual lo escribí en su momento.

Lejos parecen haber quedado en Astorga aquellos años en que un nutrido grupo de mujeres, en representación de las distintas asociaciones femeninas de la ciudad, donde se daban cita todas las ideologías y todas las sensibilidades, se reunían para honrar -en torno al 8 de marzo- la figura de una mujer señera a lo largo de la Historia, como modelo para hoy y para el futuro de lo que cada una de nosotras, como féminas pero ante todo como personas, somos capaces de alcanzar. Era una forma de salvar su memoria del olvido al que tantas veces las somete la sociedad del momento y la historia que llega detrás, y de gritarle al mundo, aunque fuera al mundo chiquito de nuestra ciudad, que ellas y sus logros están ahí, para nosotras y para el mundo en general; que en ellas podemos apoyarnos e impulsarnos para seguir creciendo y que son los pilares en los que se sustenta nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Por encima de ideologías y de circunstancias particulares fueron/son mujeres que se hicieron a sí mismas, que alcanzaron metas muy importantes para la sociedad y que, en muchas ocasiones, supusieron un apoyo muy especial para mejorar la existencia de otras mujeres.

Cada año, entre todos los colectivos femeninos, se elegía una mujer a la que dedicarle las jornadas.

Durante cerca de 30 años esa nómina dio visibilidad a mujeres de todas las épocas, de todas las ideologías y de todas las áreas, propuestas por otras mujeres que decidían su idoneidad para dar a conocer, al resto de la población femenina de Astorga y a cuantos hombres querían acompañarlas, las aportaciones que en su momento hicieron a la sociedad, en un proceso de justicia histórica. Hace apenas un par de semanas, finalizó un marzo más (el artículo original fue escrito en 2018 y poco o nada ha mejorado desde entonces) totalmente anodino en esta materia, y por eso quiero volver a rescatar para el público en general a varias de esas mujeres homenajeadas en su momento desde la propuesta de unas apoyada por el respaldo de las otras. Y como el numero para escoger no es pequeño me he decidido finalmente por realizar una personal semblanza de las que, ligadas a los Premios Nobel, estuvieron unidas a esas Semanas de la Mujer primero, Marzos en Femenino después, que tantas astorganas compartimos y que hoy ya son solo un recuerdo en la memoria de algunas; momentos donde, de principio a fin, las verdaderas protagonistas fueron las mujeres de esta ciudad y de las comarcas circundantes. Fue una preciosa experiencia que compartí muchos años, desde diferentes posiciones: como espectadora sin más, como colaboradora propuesta desde una de las asociaciones femeninas que más antigüedad alcanzaron en la ciudad, y como parte de la organización de las mismas, primeramente como agente de igualdad contratada por el ayuntamiento y posteriormente (durante cuatro años más) como concejala que tuvo entre sus desempeños las concejalías de Cultura, de Educación y de Igualdad y Servicios Sociales, lo que me permitió trabajar todos estos temas con la transversalidad que los mismos se merecen.

Cuando planteé este artículo por primera vez, allá por 2018, habían pasado pocos meses de la última entrega de Premios Nobel, en una edición en la que no hubo representación femenina alguna en ninguno de los campos premiados. No ha sido así en las siguientes, pero aún son necesarios muchos pasos para mejorar su presencia. En relación con esa realidad astorgana de la que quiero hablar como referencia,  cuatro han sido las nobeles que, de manera destacada, pasaron por nuestras tierras a través de las distintas actividades propuestas, tanto en marzo como en otras épocas del ano. En realidad tres y una más que pudo haber sido y no fue, precisamente por la falta de apoyo de la RAE, el único voto que le faltó para alcanzar el galardón al que había sido propuesta (en aquella ocasión) por uno de los miembros de la Academia sueca. Y aunque acudiré al recuerdo de todas ellas, será precisamente por ella  por la que comience: Concha Espina (Mazcuerras,1869- Madrid,1955). Y como ya dije lo haré desde la realidad que la une a aquellas tierras, pues presenta situaciones extrapolables a otras circunstancias y lugares.

 Después de muchos intentos fallidos, pues eran muchas las reticencias que sobre ella tenían algunas astorganas al considerar que su novela La esfinge maragata dejaba en mal lugar a las mujeres de dicha comarca, finalmente, en 2014, coincidiendo con el centenario de la publicación de dicha obra, se decidió entre todas que había llegado el momento de darle una nueva oportunidad, y se la eligió como figura de referencia para el mes de marzo. A través de dicha decisión pudimos disfrutar de la presencia de diversas personalidades del panorama cultural, tanto local como nacional, que trataron de dar luz a una figura que la propia historia lleva años manteniendo en la sombra, con la connivencia de quienes no perdonan en ella un pecado que sí han perdonado a otros compañeros de su época que podríamos decir que cometieron el mismo:  el de ser afines al régimen de Franco, anteponiendo unas circunstancias totalmente personales al mérito de su obra. Ponentes como Anna Caballé, Rogelio Blanco, José Manuel Sutil, Martin Martínez e incluso su nieta la actriz Carmen de la Maza, abordaron diversos aspectos de su vida y obra, con especial detenimiento en La esfinge maragata, que nos proporcionaron una visión muy diferente de ella acercándonos al verdadero sentido de la novela por un lado y a su sugestiva personalidad por otro. Y como unas cosas llevan a otras pronto descubriríamos a Juan Carlos León Brázquez, profundo conocedor de su vida y obras a las que llegó a través de su pasión bibliófila.  Y el homenaje se prolongó en Astorga un año más, contando con su presencia para compartir una sugerente exposición de primeras ediciones de su novela y ejemplares editados a lo largo y ancho del panorama internacional junto a otros objetos curiosos ligados a la autora, además de para impartir una serie de conferencias a distintos públicos con el fin de acercarnos muchos aspectos de esta insigne escritora. Escuchándolo en todas y cada una de ellas, manteniendo también con él muchas horas de conversación, fui descubriendo interesantes detalles de Concha Espina que despertaron mi curiosidad por su vida y por su obra, curiosidad que al intentar ir cubriendo me hacía reafirmarme cada vez más en la sensación de tremenda injusticia que la historia ha cometido con quien – según todos los datos – fue una de las representantes más insignes de lo que se ha dado en llamar Edad de Plata de nuestras letras y en la que se incluyen generaciones como la del 98, la del 14 o la del 27, de las que fue coetánea y con algunos de cuyos representantes mantuvo estrecha relación. Y para avalar las afirmaciones realizadas hasta el momento paso a referir algunos de esos méritos, que espero inciten al público lector a averiguar más sobre ella y a conocer más de cerca el resto de su vastísima obra.

Concha Espina retratada en uno de sus viajes a EEUU.

Concha ESPINA, nacida el 15 de abril de 1869, en el pueblecito santanderino de Mazcuerras (Luzmela desde 1940, en honor a su obra La niña de Luzmela), fue y sigue siendo, una de esas escritoras universales con quienes mantenemos una deuda pues, a pesar de lo que significó en su momento, sigue habiendo un auténtico desconocimiento en torno a su persona y a su obra. Su conexión con Astorga nos llega, fundamentalmente, a través de dos de sus obras pero fue tal la repercusión obtenida, especialmente con La esfinge maragata, novela que aún se conserva como herencia en muchas casas leonesas, que seguramente haya sido la causa fundamental de que a día de hoy muchas personas sigan creyendo que Concha era leonesa, como así lo he oído apuntar en más de una ocasión. No voy a centrarme en este artículo ni en ella ni en la otra obra que la une a la ciudad, Princesas del martirio (1940), pues de ellas ya han hablado mucho otros estudiosos que han publicado sus trabajos en diferentes medios. Quiero centrarme en dar un repaso a su perfil literario, ese que desde luego la hace merecedora de situarse junto al resto de sus compañeros en la historia de nuestra literatura, perfil que la marcó desde niña -momento en el que escribir se convirtió ya en su pasión- y que con el tiempo acabaría convirtiéndola en una escritora muy prolífica, además de galardonada, eso sin contar con el reconocimiento internacional conseguido, principalmente antes de la incivil Guerra Española. En 1914 recibiría el Premio Fastenrath de novela (el equivalente al actual Premio Nacional) por su obra La esfinge maragata. En 1916, su obra El Jayón  recibe el Premio de Teatro Espinosa y Cortina de la Real Academia Española. En 1924 la Real Academia de la Lengua vuelve a galardonarla con el Premio Castillo de Chirel por su obra Tierras de Aquilón. En 1927 obtiene el, ya entonces, Premio Nacional de Literatura por Altar mayor; y en 1950 recibirá el Premio Miguel de Cervantes de Periodismo, por Un valle en el mar. Además, será propuesta formalmente por tres veces consecutivas para el Nobel de Literatura, una de ellas, en 1927, quedando a un voto de conseguirlo, aunque las nominaciones a lo largo de su vida serían de hasta veinticinco propuestas desde diversas instituciones y personalidades de países como Estados Unidos, Francia, Chile, Colombia, Checoslovaquia, Italia, Suecia y la propia España. También en 1927 obtendrá, dentro de los reconocimientos externos, la Rosa de Oro de la Hispanic Society. Todo ello dentro de una prolífica obra que comprende cuentos y relatos, novela, poesía, biografías, teatro, artículos periodísticos, ensayos… Además, varias de sus novelas fueron llevadas al cine, en España y fuera de ella, y una de sus obras teatrales fue convertida en una ópera que se estrenaría en Río de Janeiro. También sería colaboradora de varios periódicos tanto españoles como argentinos, de diferente e incluso contradictoria tendencia ideológica, y si bien es cierto que algunas de  las obras que escribió durante los primeros años de la dictadura cambiaron su tono hacia una literatura a favor del Régimen, gran parte de las mismas (y entre ellas casi en su totalidad las galardonadas) fueron escritas antes del periodo franquista, lo que debería hacerla poco o nada sospechosa, por ejemplo, de haberlos recibido por afinidad al régimen. Pero serían precisamente esas obras consideradas por muchos como propagandísticas de los “valores” de la Dictadura el gran pecado que esta aún cerrada y machista sociedad nuestra, no ha conseguido perdonarle todavía a Concha Espina. El mismo pecado que también cometieron otros escritores de la época, que si no tuvieron tiempo de redimirse por ellos mismos de la culpa de haber escrito de forma muy próxima a los ideales del franquismo sí encontraron a quienes lo han hecho y lo siguen haciendo por ellos. Seguramente en esta falta de perdón de determinadas mentes de cortas miras ha pesado en gran medida el hecho de que, por contra al resto de personajes, Concha Espina era mujer, y además una mujer adelantada a su tiempo y por tanto clara e inevitablemente incomprendida. Otro argumento que personalmente me han esgrimido para mantener su obra en el olvido, a pesar del éxito del que gozó en su momento, se debe al hecho de que su público fue fundamentalmente femenino, argumento utilizado para restarle calidad mientras indica el menosprecio con el que ciertos hombres siguen teniendo por el interés cultural de las mujeres a las que, según este y otros argumentos parecidos, considerarían incapaces de interesarse por la “literatura de calidad”. Sin embargo, estos argumentos son fácilmente desmontables porque si verdaderamente su obra no gozase de calidad suficiente habríamos de preguntarnos:

Su reconocimiento social fue tal que llegó a tener su propio sello.
  • ¿cómo es posible entonces que la Real Academia de la Lengua española, tan estricta para sus cosas, premiara tan reiteradamente su obra con los mayores galardones del momento?,  ¿o que fuera nominada tan repetidamente y desde tan diferentes puntos a los Nobel?
  • ¿por qué  tuvo tanta trascendencia tanto dentro como fuera de nuestras fronteras siendo su obra traducida y editada en tan variopintos países, en un momento en que los medios de comunicación poco  tenían que ver con el alcance mediático que tienen hoy en día?  
  • ¿cómo es que las universidades estadounidenses la reclamaron una y otra vez
    para impartir en ellas cursos y conferencias?
  •  o, más anecdóticamente aunque no por ello menos contundente, ¿cómo es que de
    una de sus novelas, Altar Mayor, se vendieran más de 23.000 ejemplares en solo
    dos años, repartidos en tres ediciones de las veinte que se llegarían a hacer?  Y eso
    en una época en la que el analfabetismo entre la población española estaba muy
    extendido y aún más entre las mujeres.

¿No son demasiadas contradicciones? Desde luego a mí, todos estos datos, a medida que los iba descubriendo, me propiciaron un cada vez mayor sentido de la curiosidad que me ha ido acercando con insistencia a su obra. Y como consecuencia de este proceso de acercamiento a Concha Espina, esa inquietud que surgió en Astorga en un periodo comprendido entre los correspondientes meses de marzo de 2014 y 2015 (centenario, recordemos, de que La esfinge maragata recibiera el Premio Fastenrath) se trasladó a un nuevo proyecto surgido en León – bajo el título genérico de ‘Rescatando a Concha Espina’ – con la implicación de cerca de cien mujeres relacionadas directamente tanto con la literatura como con el resto de las artes, plásticas o escénicas, y que se fue  materializando en una serie de actos puntuales y efímeros que se desarrollaron por diferentes puntos de la geografía leonesa y asturiana, pero también en la edición de una antología de textos a ella dedicados por veintisiete escritoras leonesas y a una exposición itinerante que durante un par de años recorrió diversos puntos de la provincia de León ( y alguno más de fuera de ella), plasmado las correspondientes experiencias que la acompañaron en una nueva y enriquecedora publicación (Artistas de León al rescate de Concha Espina. Ediciones del Lobo Sapiens, León, 2020)

Y lo mejor de todo es que a través de dicha visibilización, de la recuperación de una figura tan importante en nuestra Edad de Plata, que merecería estar en los libros tanto o más que sus compañeros hombres, hemos conseguido demostrar que hay figuras como la suya, que hay obras, que son capaces de perdurar en el tiempo y de aunar el interés de diferentes generaciones de mujeres, de creadoras en este caso, que han sabido reinterpretar un legado vital y literario que es importante recuperar, porque a través del mismo el pasado nos habla y nos permite sentar unas interesantes bases tanto para el día de hoy como para el futuro. Y por esos derroteros seguirá transitando nuestro empeño.

Concha Espina, a pesar de la ceguera paulatina que fue ganándole terreno, no se resignaba a tener que dictar y ella misma se inventó una plantilla para poder seguir escribiendo guiándose por ella. Escribió hasta el último día de su vida, dejando incompleto un último artículo que preparaba para la prensa.

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