VEN Y NIÉGAMELO. Por Alicia López Martínez.

Sección: Escritos de tiza y versos

Viernes, 12 de abril. 2024

Año 480 a.C. El calor asfixiaba unos cuerpos protegidos por pesadas panoplias. Movía la brisa sus capas escarlatas. Estaban preparados. Partieron para cumplir su destino: defender las poleis griegas, aun sabiendo que iban a morir. Y es que, ¿quién no ha oído hablar de Esparta? ¿Quién no ve representado en Leónidas el honor, la lealtad o la valentía cuando se enfrentó con sus 300 fieles hoplitas contra el gigantesco ejército persa dirigido por el autonombrado dios rey Jerjes I?

Siempre me ha fascinado la sociedad y cultura de la Grecia clásica, su lengua, su arte, su filosofía y esas diversas gamas de costumbres acordes con cada una de las ciudades estado. De ahí que, al recordar que no hace mucho visité el país heleno, que pisé la península del Peloponeso, haya considerado que es este el mejor momento para indagar acerca de la situación de la mujer en Esparta, esa tierra de guerreros, donde, en general, se dejaba a un lado lo que amaba Atenas (filosofía, democracia, música o poesía) pues todo o casi todo, giraba en torno al ejército lo que desembocó en una sociedad disciplinada y valiente en busca de ampliar sus fronteras. Pero, cuidado, este lugar, no olvidemos, está mitificado y, por tanto, hay que ser cautos a la hora de contar y, sobre todo, enjuiciar y comprender su vida, no solo por esa posible idealización, sino por el hecho de que muchas de las fuentes en las que nos basamos para conocer su historia (Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles o Plutarco) puedan presentar un tono subjetivo.

Desde luego, lo que se deduce de todos los textos es que la ciudad de Esparta vivía por y para la guerra. Se trataba de una auténtica ciudad hoplita (“hoplon”, significa “arma”), donde los hombres, con lanzas y escudos, luchaban a través de falanges con gran arrojo. Es más, su ejército era temido por toda la Hélade. Esta fuerte militarización condicionaba sus valores y sus ideales, inculcados desde niños mediante reformas comunalistas y militaristas que transformaron la sociedad espartana en la segunda parte del siglo IX a. C. El creador de este cambio fue Licurgo quien, tras escuchar el oráculo de Delfos, codificó la Gran Rhetra, es decir, la ley principal en la que se basaba la sociedad de Lacedemonia.

Ruinas de Esparta. A lo lejos, monte Taigeto, nevado.

De los escritos de Jenofonte y Plutarco, sabemos que los espartiatas (clase hegemónica) practicaban la eugenesia (llamémoslo “selección de los mejores”). Les parecerá una barbaridad, y no lo niego, pero para comprender este acto, hemos de retrotraernos a la época antigua, allá por los siglos IX a VII a.C. y romper las ideas de crianza actual. Pues bien, tras su nacimiento, los bebés eran examinados por una Comisión de Ancianos en la Lesjé (Pórtico) donde se decidía su destino. Así, si el pequeño presentaba debilidad o tenía algún defecto, este era descartado para la lucha y, por tanto, se llevaba al pie del monte Taigeto donde era abandonado o arrojado desde un barranco. En cambio, si este era considerado apto, recibía un lote de tierra (la “Kleros”), un grupo de esclavos ilotas y se autorizaba a su familia para su cuidado hasta cumplir los siete años, momento en que pasaban a la tutela de la polis y comenzaba su agogé, una férrea educación cuyo objetivo era convertirlos en auténticas máquinas de guerra (se les obligaba a caminar descalzos, a robar, a soportar el dolor, el frío, el calor, el hambre o a matar).

Estatuilla de mujer, corriendo.

En cuanto a las mujeres y a las niñas, parece ser que esto no ocurría ya que, lógicamente, al no ser varones su función no iba a ser formar parte de la élite guerrera sino madres de esa élite guerrera. Recibían, pues, una educación similar a la de los hombres en las “thiasas” o asociaciones femeninas, donde se las enseñaba a leer y a escribir, a realizar deporte y recibían cierto adiestramiento militar para que ejercitasen su cuerpo y así pudieran dar a luz a varones fuertes y sanos. También se las enseñaba a cantar, a bailar, a controlar sus sentimientos y, algo sorprendente, a administrar la casa o la comunidad ya que, en ausencia de los hombres, ellas eran las encargadas de mantenerlo. Todo por el bien de Esparta. 

Vasija con motivos de boda

Entre los espartanos, el matrimonio era obligatorio y tenía lugar alrededor de los 25 años, mucho más tarde que en el resto de las ciudades griegas. El modelo dominante para el casamiento era el harpagé o rapto simbólico. Y durante el festejo, la novia, con el pelo cortado y vestida con manto de varón y sandalias, yacía a oscuras sobre un lecho de paja hasta que llegaba el marido y consumaba el acto. Se preguntarán ustedes ¿por qué con manto de varón y pelo corto? Pues existe una teoría, un tanto peculiar y rocambolesca, que explica que este ritual del pelo y la vestimenta en la novia tenía como finalidad que esta guardase un aspecto varonil, lo que disminuiría el azoramiento o la turbación que al varón podría suponer la ¿vergonzante? obligación de yacer con una mujer, exclusivamente para procrear, ya que, durante casi toda la infancia, la adolescencia y juventud, solo había convivido con hombres. En fin, piensen lo que quieran. A partir de ese momento, la esposa se hacía cargo de la oikos y, por tanto, de la economía del hogar (oikos, casa y nomos, administrar, que deriva en “economía”), lo que le permitía tener cierta libertad de movimiento, controlar a los ilotas (esclavos espartanos) o gestionar los gastos. No olvidemos en ningún momento, que esto era posible porque, en no pocas ocasiones, los hombres, o estaban guerreando o morían en la batalla, y el hecho de que las mujeres supieran y pudieran administrar sus oikos permitía el mantenimiento de la sociedad espartiata o la hegemonía de una determinada dinastía.

Escultura atribuida a la reina Gorgo

Un ejemplo claro de mujer espartiata la tenemos en Gorgo, hija del rey Cleómenes I, esposa de Leónidas I, el famoso héroe de las Termópilas, y madre del rey Plistarco. El hecho de que estuviera rodeada de aristócratas, de que su educación fuera exquisitamente cuidada y de que se tratase de una mujer muy inteligente, determinó que, durante su vida, sus decisiones fueran valoradas e influyeran directamente en el ámbito político de Lacedemonia. Su figura representa el ideal de mujer lacónica. Así, Plutarco, en su libro Moralia, cuenta que a la pregunta de “¿Cómo es que las espartanas sois las únicas que gobiernan a sus hombres?”, realizada por una mujer de Ática, Gorgo respondió que era “Porque somos las únicas que dan a luz hombres” (sobrentiéndase “de verdad”). Estos actos han hecho que la mujer de Leónidas I sea considerada, por algunos estudiosos, como modelo de mujer empoderada.  

Mujer espartana entregando escudo a su hijo, pintura de Jean J. François Lebarbier

Ahora bien, hemos de tener muy presente que lo que hasta ahora se ha comentado acerca de la mujer en la antigua Lacedemonia son interpretaciones de fuentes clásicas. Clásicas, sí, pero la objetividad de estas fuentes puede no ser completa porque la historia suele llevar aparejada un amplio campo de subjetividad determinado tanto por la época a la que pertenecen lo narrado como por quien lo narra y, por supuesto, por la época en que se lee y por quien lo lee. En consecuencia, sobre este tema existen distintos enfoques, incluso, enfoques contrapuestos. Podemos, por un lado, sugerir una conclusión optimista si se considera que la mujer espartana gozó de libertad, de independencia y jugó un papel importante en el ámbito político de la polis griega. O, por el contrario, podemos presentar una conclusión pesimista, pues si pensamos que su importancia radicó, exclusivamente, en ser el elemento imprescindible para la procreación de guerreros que ayudasen a mantener el poder oligárquico de la ciudad, el empoderamiento femenino en Lacedemonia sería únicamente una leyenda. Incluso, si se reinterpretan con una óptica machista las palabras de Aristóteles y Plutarco, podríamos concluir con una idea todavía más desmoralizadora: Esparta sería el ejemplo que ninguna otra polis helena debía seguir dado que la excesiva libertad otorgada a la mujer supuso su declive y su fracaso.

No sé ustedes, pero yo me quedo con la visión optimista, sea o no mito. Me aferro a esa idea de que Esparta llegó a vivir su época dorada cuando la mujer tuvo similar autoridad y poder que la de los hombres y que su final llegó por otros motivos ajenos a ella (hambruna, continuas guerras, enemistades, traiciones). “Molon labe” (Μολὼν λαβέ), traducido a “Ven y tómalas”, dijo Leónidas en claro desafío al rey Jerjes cuando este le exigió que abandonase las armas en la batalla de las Termópilas. Pues bien, si los clásicos dejaron en sus textos que la valentía, la rectitud, la disposición al sacrificio caracterizaron a los espartanos, yo afirmo que la nobleza, la dignidad, la generosidad y el honor caracterizaron a las espartanas. Ahora, pueden o puedes pensar que esto es solo un mito absurdo, pero, “Ven y niégamelo”.


Un comentario en “VEN Y NIÉGAMELO. Por Alicia López Martínez.

  1. Vengo, leo y confirmo…
    Y no voy a hablar por griegos ni troyanos, ni romanos ni germanos; solo doy testimonio de mi vida, fui soldado y dediqué mi vida al ejército, entregué toda la administración de mi sueldo y luego de la muerte de mis padres el monto de mi herencia a mi bella e inteligente esposa. Fue uno de mis asientos pues ella supo criar a mis hijos y educarlos con mucho amor y exigencia hasta hacerlos profesionales y excelentes personas y honestos ciudadanos.
    La mujer es más grande y poderosa ante la sociedad por el solo hecho de ser la verdadera fortaleza de los hogares de donde salen las sociedades. No digo que no deberían ser competencia para los hombres en el trabajo, les honra su esfuerzo y superación extraordinaria que admiro en mis propias hijas. Así, me inclino ante toda mujer que con su dignidad y presencia nos da ejemplo de sentido común y sentimientos elevados para confirmar que son una bendición.
    Gracias doy a Dios.

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