UN LIBRO Y UNA PLUMA PARA CAMBIAR EL MUNDO. Por Esther Bajo

Sección: La triple diosa

Viernes, 2 de febrero. 2024

La niña yemení, Nada Al-Ahdal, es nuestra protagonista de hoy

La protagonista se llama Nada, pero también podría llamarse Linda Brown, la primera niña negra que, en 1954, consiguió ser admitida en un colegio para blancos, tras una demanda colectiva que supuso un antes y un después (¿se imaginan el valor que tuvo que echarle para entrar en el cole entre tantas miradas asombradas o furiosas?) Podría llamarse Muzzon Almellehau, la niña siria que, cuando la guerra la obligó, con su familia, a huir de su casa y tuvo que elegir qué llevarse, eligió sus libros escolares y, ya en un campo de refugiados, iba tienda por tienda convenciendo a los niños y, sobre todo, a las niñas, para que no dejaran de estudiar. Podría tener muchos nombres, algunos de ellos recogidos en «Historias de niñas que se atrevieron a soñar», y otros tan conocidos como el de la fabulosa Malala, la niña pakistaní que ha conseguido, no sólo el Premio Nobel, sino que las Naciones Unidas celebren el 12 de julio el Día de Malala, quien, con once años, se atrevió a enfrentarse a los talibanes por su derecho a ir a la escuela, lo que le costó que la abordaran en un autobús y la dispararan, causándole gravísimas heridas.

Ninguna de esas niñas ha dejado nunca de luchar, ya no por su derecho a la educación sino por los derechos de las demás niñas.

Conmemorando el Día Internacional de la Educación (24 de enero) elijo el nombre de Nada Al-Ahdal, una niña yemení que se hizo famosa hace diez años cuando, con sólo diez años de edad, se opuso a la boda concertada por sus padres con un hombre que se había fijado en ella cuando la vio jugar en la calle y en el que ella no reparó; tenía once años más que ella y ofreció dos mil dólares de dotr. Todo de lo más normal: la abuela de Nada se había casado con nueve años y su madre con catorce. Ese día, precisamente, sus padres tenían que ir a la capital a buscar ayuda médica para su hermana, que se había intentado suicidar después de su boda; seguía el ejemplo de su tía a quien, casada con catorce años, los constantes abusos de su marido la llevaron a preferir la muerte prendiéndose fuego a si misma con gasolina.

El padre fijó la fecha de la boda de Nada para tres días después y la madre la animó diciéndole que le comprarían un vestido muy bonito y tendría una casa para ella. Nada comprendió la necesidad de dinero de sus padres e intentó convencerles, inútilmente, de que la solución no estaba en la tradición, sino en la educación; que no necesitarían el dinero de un hombre si la permitían a ella estudiar y tener una profesión. Después, aprovechó esos tres días para pedir ayuda: primero al Ministerio del Interior, que la informó de que no había ninguna ley que la protegiera –no hay una edad mínima en Yemen para casarse-, y después a su tío, el único miembro de su familia que tenía formación académica. Él sostuvo una cámara de vídeo y ella, clavando en ella su mirada, contó su situación. “Escapé de mi familia. Ya no puedo vivir con ellos. ¡Basta! Quiero ir a vivir con mi tío. ¿Qué pasa con la inocencia de la infancia? ¿Qué han hecho mal los niños? ¿Por qué los casan así?”, y aseguró que “prefiero morir antes que casarme por la fuerza”; si aceptara, “no tendría una vida ni educación” y termina preguntando: “¿Es que no tienen compasión?”.

Subió el vídeo a YouTube, donde fue difundido por el Instituto de Investigaciones de Medios de Comunicación en Oriente Medio y donde uno de sus usuarios decidió traducirlo del árabe y ponerle subtítulos en inglés. El vídeo recibió más de siete millones de visitas en tres días y la presión social y de los medios salvaron a Nada, hoy con estatus de refugiada en Londres.

El Yemen Post la acusó de intentar arruinar las costumbres de su país y la niña recibió amenazas de ser asesinada “en honor” si rechazaba el acuerdo matrimonial, pero consiguió encontrar refugio en Jordania, donde fue secuestrada por Al-Qaeda durante catorce días de infierno.

Hoy han pasado diez años y Nada se ha convertido en portavoz en la lucha contra el matrimonio infantil. Estudia Derecho Internacional en Gran Bretaña, donde ha creado una fundación que ha rescatado a más de sesenta niñas ofreciéndoles refugio, clases de inglés e información sobre los derechos de las mujeres. Niñas a las que –denuncia- les lavan el cerebro, les roban sus sueños y terminan, en muchos casos, muertas en el primer año o en el parto, pues sus cuerpos no están aún preparados para la maternidad. Y son millones.

La clave es la educación. Un niño o niña, un profesor o profesora, un libro y una pluma pueden cambiar el mundo. (Malala. Premio Nobel de la Paz)

También es embajadora de Do for Good, una red de diez organizaciones benéficas unidas en el empeño de empoderar a mujeres y niños, a través, por ejemplo, de campamentos y programas para niños con enfermedades graves, ayuda para formar como profesionales y emprendedoras a mujeres víctimas de la guerra, programas para mejorar el acceso al agua potable… o combatir el matrimonio infantil, una realidad que afecta a una de cada nueve niñas en los países en vías de desarrollo: 14,2 millones de niñas, según las Naciones Unidas, se convertirán en esposas infantiles en la próxima década. Nada es líder en el combate contra esta lacra que se llama matrimonio infantil pero que, como ella dice, debiera llamarse, sencillamente, una forma legal de violación, “una violación en nombre de la tradición”.

El colonialismo, con su brutalidad, y, posteriormente, el capitalismo, con sus promesas incumplidas de bienestar, han arrasado con las tradiciones de numerosos pueblos y hoy, como reacción, se sobrevalora la tradición y el vínculo con el pasado para recuperar la identidad de los pueblos. Pero hay tradiciones que sólo nos identifican como bárbaros, que atan y asfixian a las personas más vulnerables y a los animales. Ninguna tradición merece ser mantenida o recuperada por el mero hecho de serlo. Como dice Nada, “una cultura que no respeta los derechos humanos no es una cultura respetable. No podemos reducirlo a un problema cultural si mata el alma de las niñas”.

Contra esas tradiciones que no merecen respeto, “la clave es la educación”, afirma, como afirmó Malala cuando recibió el Premio Nobel: “Un niño o niña, un profesor o profesora, un libro y una pluma pueden cambiar el mundo.”

Niñas heroínas por la educación

Una cultura que no respeta los derechos humanos no es una cultura respetable. No podemos reducirlo a un problema cultural si mata el alma de las niñas.
Nada Al-Ahdal (portavoz en la lucha contra el matrimonio infantil.


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