Retroceso. Por Elisa Vázquez

Sección: Mujeres y Educación

Miércoles, 18 de enero. 2023

El martes 20 de diciembre de 2022, el Gobierno de los talibanes publicó una orden emitida por el ministro de Educación Superior, Shaikh Nida Muhammad Nadim, por la que se prohíbe a todas las mujeres de Afganistán el acceso a la universidad. La orden, dirigida a las autoridades de las universidades del sector público y privado, instruye a los centros a prohibir todo tipo de educación para mujeres «con efecto inmediato y hasta nuevo aviso». Ya se había prohibido hace poco más de un año —en agosto de 2021, en cuanto los talibanes llegaron al poder— la Educación Secundaria para las niñas.

Los talibanes han entrado en Afganistán como elefante en cacharrería, poniendo el foco en la educación de las mujeres que ya tendrán derecho a ella desde la Secundaria.

Los talibanes, en un intento muy poco creíble de parecer menos integristas ante la comunidad internacional, prometieron en varias ocasiones que iban a permitir la educación de las mujeres, pero añadieron rápidamente que eso sería una vez que encontraran un modelo de enseñanza que se adecuara a la ley islámica, lo cual es como decir “hasta nuevo aviso” o decir “nunca”. Así, todas las mujeres afganas pierden el derecho a la educación en cuanto cumplen los doce años. Recordemos que esta es la edad en la que de manera aproximada tiene lugar la pubertad y ya hemos visto lo poco partidarios que son muchos regímenes islámicos fundamentalistas de que sus mujeres accedan a la vida pública a partir de esa edad y la discutida tradición de ponerles el velo en cuanto dejan de ser niñas. La primera disculpa que esgrimieron en Afganistán fue que las alumnas volverían a ocupar las aulas en cuanto se adaptaran los centros educativos para garantizar una estricta separación de sexos, a pesar de que en los institutos del país ya existía esa estricta segregación que también se daba en las universidades, en las que, además, las mujeres solo podían tener como profesores a hombres mayores o a otras mujeres. Así, la prohibición de acceder a la educación superior llegó menos de tres meses después de que miles de mujeres se presentaran a los exámenes de acceso a la universidad en todo el país.

Las han engañado vilmente, les han quitado derechos y libertades, les han robado los sueños y la esperanza. Nada más asumir las riendas del gobierno, el régimen fundamentalista ha ido privando de forma progresiva a las afganas de los pocos derechos de los que aún disfrutaban. Los talibanes clausuraron el Ministerio de la Mujer y lo sustituyeron por el de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Desde entonces, el uso del burka se ha hecho obligatorio y se ha llegado a prohibir, incluso, el acceso de las mujeres a los parques y jardines públicos —desde el 10 de noviembre de 2022— ya que el mencionado y aterrador ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio alega que no se respetaban las reglas que prohíben a las mujeres cruzarse con hombres en el mismo espacio, a pesar de que ya se habían instaurado horarios de acceso separados. Las mujeres tampoco pueden viajar solas ni trabajar en la mayoría de los trabajos, ni conducir…

El peligro de retroceso casi nunca se tiene en cuenta (…) ¿cómo vamos a tener que dar la vuelta y transitar de nuevo por el arduo camino que ya hemos dejado atrás?

El espacio público, la vida, ya no es para las mujeres en Afganistán y bien sabemos que no es el único país en el que ha habido retrocesos. Pasos atrás que la comunidad internacional se jacta de sancionar con comunicados más o menos reivindicativos, mientras a la mitad de la población de esos países se les deja en manos de los verdugos, incluso cuando ellas mismas piden ayuda, se manifiestan poniendo en peligro sus vidas o salen desesperadas a las calles clamando por sus derechos. Mientras, los mundiales de fútbol se siguen celebrando en países en los que no se respetan los derechos humanos y especialmente los de las mujeres, porque el poder del dinero está muy por encima de otras consideraciones, porque mientras existan intereses económicos de cualquier tipo, las personas no importan y si esas personas son mujeres, pues mucho menos. Así llegamos a los mayores retrocesos.

A pesar de las promesas que en su momento hicieron, también han vaciado las aulas universitarias. Un retroceso que debe servirnos de llamada de atención sobre lo que puede ocurrir sobre los derechos de las mujeres, estemos donde estemos.

El peligro de retroceso casi nunca se tiene en cuenta: hemos llegado a conformar sociedades en los que los distintos feminismos han logrado con sus luchas que nuestros derechos sean respetados por las leyes y el sentimiento social, nos sentimos seguras con los logros alcanzados, ¿cómo vamos a tener que dar la vuelta y transitar de nuevo por el arduo camino que ya hemos dejado atrás? Esta posibilidad, que suele ser con frecuencia inconscientemente descartada, se puede dar con mayor facilidad de lo que pensamos, como nos recordaba ya hace mucho tiempo Beatriz Preciado:

“Las innovaciones teórico-políticas generadas por el feminismo, el movimiento de liberación negro, la teoría queer y transgénero durante los últimos cuarenta años parecen hoy adquisiciones perennes. Sin embargo, en el actual contexto de guerra global, este conjunto de saberes y prácticas podrían ser de nuevo arrasadas con la velocidad con la que un microchip se funde en el fuego. Es preciso transformar ese saber minoritario en experimentación colectiva, práctica corporal, en modo de vida, en forma de cohabitación, antes de que todos y cada uno de los frágiles y escasos archivos existentes de feminismo y cultura queer hayan sido completamente reducidos a sombras radioactivas”1

La pérdida y el retroceso casi nunca se contemplan desde la euforia de la ganancia; por eso es absolutamente necesario que estemos atentas al menor indicio de retroceso y luchemos por revertir aquellos que tengan lugar en otros países, porque ya sabemos que mientras una sola mujer sea maltratada o sometida por el hecho de serlo, todas las demás estamos en peligro. Y las propias mujeres sometidas están, como vemos a diario, iniciando esas luchas que ponen en peligro sus vidas. Las mujeres afganas quieren recuperar su libertad, quieren estudiar, formarse y participar en la construcción de su país. Por eso desobedecen las leyes injustas e intentan que sus niñas aprendan fuera de los circuitos oficiales.

Es absolutamente necesario que estemos atentas al menor indicio de retroceso y luchemos por revertir aquellos que tengan lugar en otros países, porque ya sabemos que mientras una sola mujer sea maltratada o sometida por el hecho de serlo, todas las demás estamos en peligro.

Así han surgido por todo el país escuelas clandestinas para las mujeres. Las clases se imparten en habitaciones de casas particulares, intentando suplir las de la prohibida Enseñanza Secundaria. Las niñas, para poder asistir a ellas, tienen que buscar diversas excusas ante sus familiares, especialmente si son adeptos al régimen. Entre las más comunes está la asistencia a las clases de Corán en la madraza, a las que suelen ir por la mañana para no ser descubiertas y de las que se “escapan” algunas horas para asistir a las escuelas clandestinas por la tarde o cuando tienen la más mínima ocasión. Las alumnas asumen muchos riesgos para formarse: salen antes de casa, toman caminos e itinerarios distintos para evitar que las sigan o que descubran la ubicación de la escuela a la que acuden, llevan los libros escondidos… La profesoras también se arriesgan enormemente, convencidas de que la educación de las niñas es la única forma de progreso, la única manera de evitarles la esclavitud a la que quieren someterlas, de impedir que se vuelva a hacer habitual casarlas a los doce años.

Y mientras las mujeres afganas afrontan riesgos extremos luchando por sus derechos, podemos preguntarnos: ¿qué hace la comunidad internacional? Pues la comunidad internacional —que supeditó el reconocimiento del régimen talibán, y la ayuda humanitaria y financiera, absolutamente necesarias para Afganistán, al respeto de los derechos humanos por parte de los talibanes, en particular el derecho de las mujeres a la educación y el trabajo— hace comunicados muy bien redactados y muy “políticamente correctos”, como por ejemplo el que hace Naciones Unidas, que está “profundamente preocupada”, a través de Ramiz Alakbarov, representante especial adjunto del responsable de la ONU para el país asiático, que declaró: “La educación es un derecho humano fundamental. Una puerta cerrada a la educación de las mujeres es una puerta cerrada al futuro de Afganistán”.

¿En serio? El comunicado es tan bochornosamente obvio que llega a dar vergüenza, ¿es esto lo único que piensan hacer las grandes organizaciones de la llamada comunidad internacional, mientras las mujeres de estos países se están jugando la vida para evitar ser sometidas de manera tan brutal? Y nosotras, las demás mujeres, las que nos creemos seguras y a salvo de tamaños retrocesos, ¿tampoco vamos a hacer nada?


1Preciado, P. B., Testo yonqui, Madrid, Espasa Libros S.L.U., 2015, pp. 240-241.


Elisa Vázquez.

Nacida en Ponferrada, donde actualmente reside, es diplomada en Educación Infantil y doctora en Filosofía por la Universidad de Murcia. Escribe, principalmente, Literatura Infantil y Juvenil. Tiene publicados los siguientes libros: Doña Chancleta y el cohete-lavadora (agotado); La Pócima Mágica y Regreso a Montecorona (los dos primeros títulos de la colección Lucy y Pepón en NubeOcho Ediciones); Amapola y la Luna y El sueño del ángel (Ediciones en Huida); El Reino de Úlver, con la colaboración del Consejo Comarcal del Bierzo y Marta y Brando. Magia traviesa (Uno Editorial).

Socia fundadora del Club Literario Petronio, que intenta fomentar la lectura y activar la vida cultural en su localidad, participa con sus cuentos y artículos en blogs y espacios literarios televisivos. Sus textos —principalmente relatos, artículos y poemas— aparecen en varias antologías de escritoras leonesas, como en el libro homenaje a Concha Espina publicado en 2018 y en un segundo publicado en 2020 sobre la misma autora. A Josefina Aldecoa en 2019; a Alfonsa de la Torre en marzo de 2020 y este año en el libro dedicado a la poeta berciana Manuela López. Así mismo, en el libro de autores bercianos que se editó con motivo de la entrega del Premio de la Crítica Literaria 2018, que tuvo lugar en Villafranca del Bierzo a primeros del mes de abril del año 2019. En 2021 ha publicado Vivir del viento, su primera novela para adultos, con la editorial Letra r y ha participado con uno de sus relatos en la antología Misterio en El Bierzo, de la editorial Más Madera.

3 comentarios en “Retroceso. Por Elisa Vázquez

  1. Dice el refrán que «cuando las barbas de tu vecino veas mesar, pongas las tuyas a remojar». En nuestros caso hablamos de derechos y de uno fundamental, el de la educación. Segregación en las aulas, currículo y profesorado adaptado… El caso es que después de unos pueden venir otros y que el tiempo y las circunstancias políticas nos demuestran que ni los logros que tanto costaron, y que aparentemente están tan asentados, son eternos. Atención a las señales que, aunque nos vengan de lejos, provienen de las mismas mentalidades patriarcales. A buen/a entendedor/a…
    Gracias, Elisa, por tu reflexión acerca de un tema que -aunque desde lejos- nos toca de cerca.

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