Las olas del feminismo (1)

Por Manuel Casal

Sección: Con firma masculina

Sábado, 4 de diciembre. 2021

El feminismo no es actualmente una manera única de entender la vida de las personas. Me parece importante que conozcamos lo mejor posible la sociedad en la que vivimos, y para ello es bueno que sepamos las diversas maneras de entender el feminismo existentes. Esto lo intentaremos hacer en una próxima entrada. De momento, digamos que el deseo de establecer una igualdad social, política y económica entre los hombres -es decir, los varones- y las mujeres quizá sea la característica que englobe a la casi totalidad de ellos. ¿Cómo se han ido fraguando en la historia esta diversidad de feminismos? Veamos.

Desde 1968 la evolución del feminismo se ha dividido en cuatro etapas, que se han denominado olas. Describamos brevemente cada una de ellas.

Mary Wollstonecraft

La primera ola del feminismo transcurre entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX, y conecta con dos movimientos culturales del momento: la Ilustración y la Revolución Francesa. Una de las primeras obras que se consideran feministas es Vindicación de los derechos de la mujer, escrita en 1792 por la inglesa Mary Wollstonecraft (1759 –1797), que era la madre de Mary Shelley, la autora de la célebre novela Frankenstein, publicada en 1818. Mary Wollstonecraft escribió su obra como reacción al informe que el obispo y político Talleyrand había enviado en 1791 a la Asamblea de Francia, en el que este mantenía que las mujeres debían recibir educación, pero solo en lo referente al ámbito doméstico. Ella, en cambio, propugnaba una educación igual para todos, la igualdad entre los géneros y la consideración de las mujeres como ciudadanas.

Olympe de Gauges

Los temas relacionados con la mujer generaban debates tanto en Gran Bretaña como en Francia, motivados también por la publicación en 1791 de la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, de la francesa Olympe de Gouges (1748-93), pseudónimo de Marie Gouze. Wollstonecraft defendía la igualdad entre hombres y mujeres, si bien fundamentalmente en el ámbito de la ética, exigiéndole a los hombres el mismo comportamiento moral que se les exigía a las mujeres. Le dio importancia al acceso a la educación de estas, pero, en cambio, no consideró su derecho al voto, cosa que sí hizo Olympe de Gouges. Voto y educación eran los dos grandes objetivos de esta primera ola.

Estos debates suscitaron, como lo harán siempre, la reacción del poder masculino. Por ejemplo, se limitaron los pocos derechos que tenían las mujeres, Olympe de Gauges fue guillotinada y muchas mujeres encarceladas. En 1804 el Código de Napoleón suprimió todos los derechos de las mujeres, exigió la obediencia de la mujer al marido, las convirtió en seres en permanente minoría de edad, siempre en poder de sus padres o de sus esposos, y las privó a todas de libertad. La lucha, sin embargo, continuaría con nuevos objetivos en la segunda ola.

La segunda ola del feminismo está marcada por la aparición, hacia mediados del siglo XIX, del sufragismo. Se trataba de un movimiento que surgió primero en EE.UU y luego en Inglaterra. Las sufragistas americanas comenzaron intentando abolir un problema que tenían bien cerca, el de la esclavitud. Luego incluyeron entre sus objetivos la mejora de la situación de las mujeres.

George Fox

Es curioso observar cómo al éxito de la lucha de las mujeres contribuyó, de manera indirecta, el auge del protestantismo y, en particular, de los cuáqueros. Se trataba de una secta fundada en Inglaterra por George Fox (1624-1691) a finales del siglo XVII, y que entre sus creencias defendía que cada persona podía interpretar las Escrituras, sin que tuviera que aceptar como la única válida aquella que le ofreciera alguna autoridad. Esto llevaba implícita la necesidad de que todas las personas supieran leer, incluidas las mujeres.

Los cuáqueros pasaron de Inglaterra a EE.UU., logrando crear un grupo de mujeres educadas, que en el año 1848 organizaron en la capilla de Seneca Falls, cerca de Nueva York, una convención sobre los derechos de la mujer. Invitaron a sesenta y ocho mujeres y treinta y dos hombres, aunque acudieron más personas. De ella salió la conocida como Declaración de Seneca Falls o Declaración de Sentimientos, que es considerada como el texto del que fluye el sufragismo americano, aunque en él no se reflejara el derecho al voto. A pesar de ello, la lucha por el voto fue creciendo y consiguiendo logros: desde el primero en Wyoming, en 1869, hasta el último, en 1918, en donde se consiguió que las mujeres de todos los EE.UU. pudieran votar. (El primer país del mundo en el que pudieron votar las mujeres fue en Nueva Zelanda, gracias a la sufragista Kate Sheppard. En España se logró en 1931. Sería decisiva la acción de Clara Campoamor). Un poco después se conseguiría en EE.UU. el otro gran objetivo sufragista, el derecho a la educación de las mujeres.

Fuente: Wikipedia
Flora Tristán. Fuente: Wikipedia

En Inglaterra las sufragistas habían empezado su lucha por el voto en 1832, pero no fue hasta 1917, finalizada la Primera Guerra Mundial, cuando, tras más de dos mil quinientos intentos, fue aprobado en el Parlamento el voto femenino. En este largo trayecto la lucha feminista tuvo figuras importantes. Ya hemos hablado en este blog de Harriet Taylor (ver Una pionera de la igualdad, 13 de agosto de 2021) y de su esposo John Stuart Mill. Es importante, desde el punto de vista de las mujeres, la obra de este último La esclavitud de las mujeres (sometimiento o sujeción, en otras traducciones), publicado en 1869, que fue el libro de cabecera de las feministas de la época. En él se considera con toda claridad a las mujeres como personas libres. Otro personaje importante de la época fue la parisina de ascendencia peruana Flora Tristán (1803-1844). Fue una precursora de las feministas socialistas y su pensamiento, ligado al movimiento obrero, al feminismo y a la lucha contra la esclavitud, se recoge en La unión obrera, de 1843. Sería la abuela del pintor Paul Gauguin.

Simone de Beauvoir. Fuente: Wikipedia

No podemos cerrar esta somera descripción de la segunda ola sin citar la gran figura de Simone de Beauvoir (1908-1986) y su libro El segundo sexo, de 1949, uno de los textos de referencia del feminismo y una de las mejores descripciones de las condiciones en que vive la mujer. El libro supuso un rearme del feminismo tras el bajón sufrido entre las dos guerras mundiales. La mayoría de los asuntos que preocupan a los feminismos actuales se encuentran en este libro. Beauvoir ve al hombre como el centro del mundo, mientras que la mujer es la otra, supeditada siempre al hombre. Sin embargo, no encuentra nada natural que explique esta situación secundaria de la mujer. Es famosa su expresión “No se nace mujer, se llega a serlo”. Quiere decir que la mujer se construye mediante la cultura con la que le hace vivir la sociedad dominada por los hombres. Esto dio pie a la elaboración de la teoría del género, diferenciando el sexo, que es algo biológico, del género, que es una construcción social que marca el comportamiento que el patriarcado espera que sigan los hombres y las mujeres.

Con El segundo sexo se inicia la tercera ola del feminismo. La veremos en una próxima entrada.


Manuel Casal (San Fernando (Cádiz), 1950) es licenciado en filosofía por la U.C.M. y Catedrático de filosofía de Enseñanza Secundaria. Ha publicado varios libros explicativos de los textos propuestos para las pruebas de acceso a la Universidad, así como el titulado En pocas palabras. Aforismos. Ha participado en otros trabajos colectivos de diversa temática, como Mensajes en una botellaÁngel de nieveEspíritu de jazz o El oasis de los miedos. Colabora en revistas y periódicos y mantiene el blog Casa L, en donde se reflexiona sobre asuntos de actualidad.

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