Una feminista pesimista y atea: Helene von Druskowitz. Por Manuel Casal

Sección: Con firma masculina

Sábado, 11 de septiembre. 2021

Cualquier pensamiento debe ser crítico, es decir, tiene que huir de prejuicios que le priven de racionalidad y conseguir superar con argumentos racionales cualquier duda que provenga de la mente del pensador o de una opinión ajena. Solo así lograremos un pensamiento justificado y potente, evitando caer en radicalismos o en individualismos que se sitúen al margen de lo social y de lo racional.

Para lograr este pensamiento crítico es bueno no rechazar de entrada las posturas con las que no estemos de acuerdo, bien porque se les note que son consecuencias de emociones, de deseos o de cualquier elemento irracional o bien porque sus argumentos sean contrarios a los nuestros. Analizándolas y racionalizando nuestra posición sobre ellas es como lograremos fortalecer nuestro propio pensamiento y hacerlo verdaderamente crítico.

Esto es lo procedente cuando nos encontramos con pensamientos como el de Helene von Druskowitz. Sus ideas son interesantes, aunque posiblemente también radicales y chocantes, puesto que con ellas, en lugar de la igualdad, se defiende la superioridad de las mujeres y el desprecio hacia los hombres.

Helene von Druskowitz . Imagen: Wikipedia

La autora, filósofa, amante de la literatura, escritora y gran defensora de la emancipación de las mujeres, nació en Austria y vivió entre 1856 y 1918. Desde un principio mostró su enorme capacidad intelectual. Inicialmente estudió piano en Viena, pero posteriormente se trasladó a Zúrich, en cuya universidad, que permitía que estudiaran en ella mujeres, cursó filosofía y varias carreras más. En 1878, con veintidós años, consiguió el doctorado en filosofía, convirtiéndose en la primera mujer doctora austríaca y la segunda en el mundo, después de la historiadora polaca Stefania Wolicka.

Comenzó pronto a dar una serie de conferencias que le hicieron viajar por gran parte de Europa, cosa poco común entre las mujeres de la época. En 1884 publicó un estudio sobre el poeta romántico Shelley, que le llevó a conocer el escrito de Mary Wollstonecraft, A Vindication of the Rights of Woman, del que tomó su idea de luchar contra el orden existente y contra el sufrimiento de las mujeres.

Friedrich Nietzsche. Imagen Wikipedia

Ese mismo año, en la tertulia que se reunía en torno a la escritora alemana Malwida von Meysenbug, conoció a Friedrich Nietzsche, con quien mantuvo conversaciones y una correspondencia epistolar. Si bien inicialmente parecía que ambos congeniaban intelectualmente, al cabo de unos pocos meses comenzaron a alejarse y a ser mutuamente muy críticos con los pensamientos del otro. Helene consideraba que Nietzsche trataba superficialmente los temas filosóficos, que sus afirmaciones eran ridículas y que casi se contradecía en cada punto. Lo llegó a considerar el enemigo mortal de la filosofía. Nietzsche reaccionó no tanto contra el pensamiento de Helene, sino contra sus circunstancias personales, arguyendo que aún era muy joven y que le faltaba información y formación para comprender lo que él defendía. En una carta de 1887 se refería a ella diciendo que “la pequeña tontuela literaria es cualquier cosa menos mi discípula”.

Lo fundamental del pensamiento de Helene von Druskowitz está expuesto en el libro Escritos sobre feminismo, ateísmo y pesimismo, colección de ensayos con la que inició sus publicaciones en España la editorial Taugenit. Contiene una muy buena introducción del profesor Manuel Pérez Cornejo.

La personalidad de Helene no coincidía con lo que se estimaba como femenino en su época. Ella misma se consideraba anormal. Fumaba y bebía, cayendo pronto en el alcoholismo. Se declaraba lesbiana y tuvo una relación amorosa con la soprano Therese Malten. Sus ideas no eran tampoco las dominantes en su momento histórico.

Pronto defendió un feminismo en el que, si bien las mujeres y los hombres deberían tener los mismos derechos, habría que evitar una excesiva asimilación de ambos sexos. Siempre profesó un odio a los varones, una misandria que le llevó a afirmar que el fenómeno más terrible de la historia no habían sido las guerras, sino el sometimiento de las mujeres a los hombres, que había hecho que solo estos gozaran de sus derechos, y, en cambio, las mujeres estuvieran condenadas a la esclavitud y a la frustración.

En Proposiciones cardinales del pesimismo, uno de los ensayos contenidos en el libro, hace un análisis de lo que significa el varón, considerándolo como maldición del mundo, indigno de su compañera y el plebeyo más ordinario, afirmando, además, que no es ejemplo aceptable alguno y que, por su falta de autodominio, es el más temible de todos los seres vivos. Luego, le da unas recomendaciones para que tome conciencia de su situación.

El libro en el que se contienen muchos de sus ensayos

Esta concepción profundamente negativa del varón la considera la autora como el punto del que se deriva el pesimismo auténtico, pues ha sido el varón el que ha dominado el mundo, conduciendo la historia y la cultura a la corrupción, convirtiendo el mundo en algo feo e inviable y tiñendo de machismo la relación entre hombres y mujeres. Druskowitz afirma la existencia no de la especie humana, sino de dos especies, la masculina y la femenina. Si se quiere remediar el sometimiento de las mujeres, hay que promover la separación de los sexos, la segregación sexual, bajo un gobierno de mujeres. De aquí que defienda la abolición tanto del matrimonio como de la procreación. Su pesimismo le lleva a considerar la extinción de la humanidad como el último fin que hay que conseguir.

Dios tampoco es objeto de una consideración más benévola. Druskowitz se sitúa en este tema en la línea de Feuerbach. Este defendía que no es que Dios hubiera creado al hombre, sino que, por el contrario, era el hombre el que había creado a Dios, porque lo necesitaba para sobrellevar su existencia. Ella pensaba que esta maniobra había sido, además, una creación masculina. El Dios del que se habla en la religión lo veía como un ser extremadamente tiránico, estafador y chapucero. Usando el personaje de un cuento de Hoffmann, lo denominaba un malvado “Pedro Melenas”. El mundo que dicen que ha creado es una chapuza, nocivo para las mujeres, y “está tan falsamente dispuesto, que la mitad más bella, pura y dulce del género permanece sometida a la avidez y la lujuria de un sexo feo, rudo e inclinado a cometer estupideces sin cuento”. El ateísmo de Druskowitz está, así, ligado a su pesimismo y a su feminismo.

Estamos ante una autora radical, con unas ideas fuertes y duras. El hecho de que permaneciera los últimos veintisiete años de su vida en tratamiento psiquiátrico no altera el posible valor de su pensamiento. Creo que es muy formativo que cada cual haga una crítica racional de estas ideas y saque sus propias conclusiones bien argumentadas. La aceptación de las mismas ha llevado a una concepción radical del feminismo, realmente no muy abundante hoy. Entiendo que la evidente existencia de un machismo peligroso y rechazable debe ser atendida por una educación profundamente humana, y que lo que denominamos hoy como feminismo debe estar basado en una fuerte idea de igualdad, teórica y práctica, entre todos los seres humanos, con independencia de su sexo. Pero estas ideas, como todas, se fortalecen cuando las confrontamos con pensamientos que las ponen en cuestión. Este creo que es el gran valor de la obra de Helene von Duskowitz: una llamada a la duda.


Manuel Casal (San Fernando (Cádiz), 1950) es licenciado en filosofía por la U.C.M. y Catedrático de filosofía de Enseñanza Secundaria. Ha publicado varios libros explicativos de los textos propuestos para las pruebas de acceso a la Universidad, así como el titulado En pocas palabras. Aforismos. Ha participado en otros trabajos colectivos de diversa temática, como Mensajes en una botellaÁngel de nieveEspíritu de jazz o El oasis de los miedos. Colabora en revistas y periódicos y mantiene el blog Casa L, en donde se reflexiona sobre asuntos de actualidad.

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