Aclarando el término «feminazi» (final).

Por Pedro J. Villanueva.

Sección: Con firma masculina.

Sábado, 10 de abril. 2021

Hablábamos en el capítulo anterior de Hildegard Martha Luise, Krwawa Brygida (Brígida la maldita, la sanguinaria), que fue la acusada de la que más se habló durante los juicios de Düsseldorf (Alemania, 1981). Las descripciones detalladas de su comportamiento en Majdanek, dadas por sobrevivientes de todo el mundo en el estrado de los testigos, conmocionaron y consternaron, pero también despertaron interés en esta mujer ¿Qué tipo de persona es esa? Esta pregunta, probablemente fue hecha por todos los que escucharon las acusaciones siniestras contra Hildegard Làchert.

Hildegard Martha Luise, Krwawa Brygida. Brígida la maldita, la sanguinaria.

Huyó de todo esto mostrando aburrimiento y fingiendo enfermedades, mientras su alma obtenía la absolución necesaria yendo a rezar todas las mañanas antes del juicio a la capilla.

A veces eran sus bronquios, a veces su asma, a veces la circulación, la presión arterial alta, a veces el corazón…, las excusas perfectas para no estar presente en las causas judiciales, pero, finalmente, sufrió de verdad una enfermedad cutánea insoportable, en la que su piel crecía de tamaño formando costras que emanaban pus y sangre. Al final del juicio, estas repugnantes pústulas cubrieron todo su cuerpo, y apenas permitiéndole dormir, sentarse o acostarse correctamente. En la prisión de mujeres de Mülheim, caminaba descalza y tan solo llevaba puesto un camisón ancho porque cada pieza de tela que se le pegaba, arrancaba las postillas y le ocasionaba grandes dolores. A veces llegaba a las sesiones del Tribunal envuelta en gasa de arriba abajo; la encarnación de una persona que, aunque no le atormenta su conciencia, tenía su propio castigo en el cuerpo.

«Le está reventando la piel» dijo una vez uno de los psiquiatras que la trataban.

Le gustaba simular debilidad, se quejaba siempre que era posible. El 17 de enero de 1980, de repente se presentó en la audiencia principal y se quejó de problemas circulatorios; le dolía el corazón. El médico presente en la sala del tribunal la examinó y encontró que su falta de salud era extremadamente cuestionable. Aun así, la llevaron al Hospital de Marien en una ambulancia, pero pronto la enviaron de regreso a la sala del Tribunal, al que accedió por su propio pie; los médicos no habían encontrado nada.

Una de las ocasiones, por supuesto, tuvo todos los motivos fundados para volver a quejarse. Fue en noviembre de 1978, cuando Norman Finkelstein, hijo de una ex reclusa de un campo de concentración y que había viajado desde Nueva York, no pudo soportar ver a la torturadora de su madre sentada tranquilamente ante él. Después de que otra de las testigos, Mary Finkelstein, pálida y temblorosa, hubiera descrito las atrocidades que había cometido esta mujer a la corte, Norman se abalanzó sobre la ex guardia del campo de concentración y la golpeó. Hildegard Làchert, lesionada, tuvo que ser atendida en una clínica y estuvo enferma varios días.

El Ministerio Público inició este juicio con quince imputaciones relacionadas con Bloody Brygida a principios de 1981, y los fiscales exigieron la pena máxima para ella; ocho veces la cadena perpetua.

Innumerables testimonios coincidían en que había lanzado a un perro pastor alemán sobre una mujer polaca embarazada (la supuesta favorita de su amante) a la que mató bajo los vítores de la asesina nazi, hasta que el feto salió de su vientre. Otros relataron que había torturado cruelmente a un recluso con sus botas y el látigo, reforzado con trozos de hierro en las puntas, hasta matarlo por ansia de sangre; que las mujeres judías que parecían incapaces de trabajar eran golpeadas hasta la extenuación. Muchas declaraciones relataban que se reía de los prisioneros que eran enviados a las cámaras para ser gaseados. Los testigos retrataron como fue especialmente violenta con los niños que venían del gueto de Varsovia —en parte con el látigo, en parte con patadas— y como los arrojaba posteriormente como objetos de carga a los camiones de trasporte; se dice que disfrutaba especialmente persiguiendo a las madres que querían salvar a sus hijos con látigo en mano.

El 3 En junio de 1981 se dictó el veredicto, un veredicto que sorprendió a muchos observadores. Los tres jueces profesionales y dos jueces legos solo encontraron que, Hildegard Làchert, debía ser condenada únicamente por sus actos en dos puntos esenciales: por la selección de mujeres judías para ser gaseadas en mayo de 1943 y por su participación en el traslado de niños y bebés judíos que posteriormente fueron asesinados en el campo mansión de Felin.

Las penas individuales de siete y nueve años previstas a tal efecto se redujeron a una pena privativa de libertad total de doce años de prisión.

Làchert, no fue condenada por asesinato—como había exigido el fiscal—sino solo por colaborar en estos actos. Las preguntas sobre cómo podría producirse tal veredicto después de tantos testimonios inequívocos, no fueron respondidas por la suposición del Tribunal de que las acciones de Làchert podrían atribuirse a «un primitivismo espiritual e intelectual considerable y deficiencias de carácter». Por eso no fue condenada por asesinato, sino simplemente como colaboradora de asesinato.

Luego todo terminó, toda la emoción, el temblor antes del juicio, su enfermedad de la piel que empeoraba constantemente. Martha Hildegard Làchert exhaló un suspiro de alivio y pronunció la útil presunción ante los compañeros de prisión: «No puedo haber sido ese monstruo después de todo”.

No tuvo tanta suerte la que fuese su vecina de celda, Hermine Ryan-Braunsteiner.

Durante mucho tiempo en la cárcel, las dos estuvieron unidas por algo parecido a una amistad nacida de una historia común. Pero desde el juicio se separaron; la fríamente distante Hermine Ryan-Braunsteiner no podía entender que Làchert, saliese mejor parada que ella de la Corte de Penal.

La otrora Bloody Brygida, vivió la vida de un prisionera anciana y experimentada en la prisión de Mülheim. Después de haber entrenado en Polonia (diez años de prisión) rápidamente se adaptó a la monótona vida tras las rejas. Se argumentó que incluso recibía dinero de Silent Help, una organización que se ocupaba de los criminales nazis convictos.

Rara vez recibió visitas, tan sólo de la organización «ayuda silenciosa», y de vez en cuando de un pastor protestante.

Fallece en Berlín a los 75 años.

Hermine Ryan-Braunsteiner, La yegua de Majdanek.

Hermine Ryan-Braunsteiner, La yegua de Majdanek, durante el juicio.

Permaneció en Majdanek hasta mediados de enero de 1944, después de lo cual fue ascendida a supervisora jefa de catorce mujeres de las SS en la fábrica de munición de Genthin. Desde allí, cuando se acercó el Ejército Rojo, huyó junto a otros hombres de las SS.

En otoño de 1945 está de vuelta con su madre, que vivía en el sector estadounidense de Viena. Poco tiempo después fue arrestada por primera vez, y entregada a las autoridades británicas por la policía austriaca, pero liberada un año después. Arrestada de nuevo en 1948, fue condenada en noviembre de 1949 a tres años de prisión por el Tribunal de Distrito de Asuntos Penales de Viena, porque en el campo de Ravensbrück había «tratado a los prisioneros con un violento desprecio por la humanidad». Por otro lado, fue absuelta «en ausencia de pruebas concluyentes de culpabilidad» de los cargos de torturar a los reclusos de Majdanek.

Se acredita su detención preventiva pero pronto es liberada nuevamente. A partir de entonces, su vida es tranquila. Tiene que ganar dinero, trabaja aquí y allá. En verano en un hotel en Villach Wòrthersee, y en invierno hace labores de comercial. A mediados de los cincuenta, conoce a su futuro esposo, emigra a Canadá y luego a Estados Unidos, desapareciendo en la vida cotidiana de una esposa y ama de casa normal.

Cuando comenzó el juicio, el 25 de noviembre de 1975, ella era la única de las quince mujeres y hombres acusados ​​bajo custodia. El 8 de abril de 1976 fue puesta en libertad bajo fianza de 17 dólares estadounidenses, a pesar de la fuerte protesta del fiscal.

En mayo de 1981 Hermine Ryan-Braunsteiner afirmó en su declaración final: «—No he matado a nadie— y aseguró al Tribunal Superior que ella era sólo una pequeña rueda en la máquina —Tendré que preguntarme el resto de mi vida, porque el destino me convirtió en un eslabón de una cadena, de la cual yo era demasiado insignificante para romperla y cuyo curso no pude detener».

Hermine Ryan-Braunsteiner recibe una pena de cadena perpetua, por el asesinato y selecciones de prisioneros, por los cuales la coacusada Hildegard Làchert solo fue condenada por complicidad.

Se pudo demostrar que Hermine Braunsteiner, la Yegua de Majdanek, participó activamente en el asesinato de alrededor de un centenar de niños y varias madres.

El Tribunal había demostrado su «ambición personal» que la llevó a cumplir las órdenes de una manera particularmente brutal y bestial «sólo para ascender en la jerarquía de las supervisoras» y así avanzar en su carrera. Según los jueces, ella “contribuyó ardientemente al asesinato ordenado por interés egoísta”.

Su esposo la visitó regularmente en prisión, esperando que en algún momento se descubriese el gran malentendido que había enviado a su esposa a la cárcel.

Complicaciones relacionadas con la diabetes, incluyendo la amputación de una pierna, la llevaron a ser excarcelada de la prisión femenina de Mülheimer en 1996. Hermine Braunsteiner murió el 19 de abril de 1999 en Bochum, Alemania.


*Pedro Villanueva (Cerredo -Asturias-,1976) es politólogo, comunicador y promotor cultural.

Patrono de la Fundación Foro Jovellanos, pertenece también a la Junta de Gobierno del Colegio de Politólogos de Castilla y León, y es miembro de la directiva de Día de la Romanidad y colaborador habitual en diversos medios de comunicación del Bierzo, donde reside, aunque él mismo es asturiano de nacimiento.

Además de El Festival de la Cosecha, anteriormente, ha publicado el ensayo Historia del Hospicio Real de Asturias, así como dos novelas juveniles: El principio, raíces celtas, y La huella de Roma. Es autor también de textos académicos y divulgativos, así como de numerosas colaboraciones en prensa.

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