PORNO EN LOS MÓVILES DE VUESTROS HIJOS. Por Mara Amo

Sección: CON VOZ Y VOTO. Escriben nuestras jóvenes

Miércoles, 21 de febrero. 2024

Modelos rubias de cuerpos esculturales y sus erguidos pechos contra la fina de tela del bañador que publicitaban eran las que hacían suspirar a los muchachos en los años 60. Las Interviú, Penthouse, Play Boy…, revistas pornográficas que los adolescentes de aquella época atesoraban en los altillos de sus armarios, por debajo de la ropa doblada, para que sus madres no las descubriesen, y que se prestaban los unos a los otros, pues eran difíciles de conseguir si se era menor de edad. Hoy en día, nos partiríamos de la risa si viésemos la ridiculez con la que aquellos jóvenes se complacían. Hoy en día, con un simple clic desde nuestros teléfonos móviles, tenemos al alcance todo un arsenal de vídeos pornográficos de todo tipo y para todos los gustos.

Ejemplar de la revista Penthouse, que dejó de imprimirse en 2016 debido al contenido accesible y gratuito de Internet

El fácil acceso a Internet desde bien temprana edad conlleva a que 7 de cada 10 jóvenes en nuestro país consuman habitualmente este tipo de vídeos. De hecho, si su hijo tiene más de ocho años de edad (repito: ocho años, según la AEPD) temo decirle que lo más probable es que ya haya tenido su primer contacto con la pornografía. Y, aunque el porcentaje de chicos y chicas varíe (aproximadamente el 88% de ellos admite haber visto porno alguna vez frente al 39% de ellas), el consumo de pornografía es un problema que concierne a toda la sociedad. No únicamente por las elevadas cifras, sino por el contenido en sí: la gran mayoría de los vídeos muestran actos violentos y el 70% de ellos son realizados por un varón.

La normalización de todo ello ha desatado graves consecuencias, como la adicción que sufren buena parte de los jóvenes de nuestro país y que los mantiene pegados a la pantalla, relegando a un lado sus responsabilidades e incluso sus amistades (como una adicción a las drogas, vaya, pero parece que estamos más concienciados de ello). Además de que, en la mayoría de los casos, los consumidores toman ejemplo de lo mostrado en los vídeos (es decir, lo irreal, lo idealizado y, sobre todo, lo violento) y lo llevan a la práctica en sus relaciones afectivo-sexuales e incluso perjudican sus futuras relaciones amorosas y matrimonios en la adultez. De hecho, Save the Children achaca el aumento de agresiones sexuales entre jóvenes (un incremento de un 116% en los últimos años) a que la pornografía enseña a los consumidores situaciones de desigualdad, donde el varón domina a la mujer. Cabe decir también que los vídeos más virales en las páginas porno son, ya sean fingidas o reales, violaciones. Violaciones a las que los jóvenes (sus hijos, sus alumnos, sus nietos) tienen acceso y, además, ven sin ser conscientes de las graves consecuencias que ello supone.

La adicción al porno se relaciona con trastornos como la ansiedad, la depresión y la baja autoestima

Sin embargo, también debemos plantear aquello que las encuestas no pueden mostrar: la hipersexualización, cada vez más temprana, de las niñas y adolescentes. Estos vídeos, que en su mayoría contienen a actrices con operaciones estéticas y sin un rastro de vello, nos hacen fijar un modelo, un canon que perseguimos aunque, si somos realistas, sea prácticamente imposible. Vídeos sobreactuados que tratamos de imitar en nuestras relaciones sexuales, con expresiones obscenas y gemidos que deben ser música celestial para los oídos de quien nos acompaña en la cama, para complacerlo, por supuesto, pues eso es lo que enseña el porno en general: a complacer al hombre. También tenemos que tener en cuenta la falta de autoestima que puede desencadenar en muchos chicos compararse con los actores y las situaciones ficticias y fantasiosas (y en extremo fetichistas) en las que se desarrolla la acción de los vídeos (desde el incesto hasta barbaridades difíciles de mencionar).

Eso es, aunque cueste admitirlo, lo que muchos jóvenes ven diariamente en sus teléfonos móviles. Pero la realidad de esos vídeos es, a menudo, mucho más profunda y oscura. Se estima que al año la industria de la pornografía genera 4 billones de dólares más que Hollywood y que a cada 40 minutos se produce un vídeo explícito en Estados Unidos, que posee el mercado más potente a nivel internacional. La empresa multimillonaria dueña de la mayor parte de las páginas web (como PornHub) es MindGeek, cuya sede fiscal está asentada en Luxemburgo (podrán imaginarse que por la baja presión fiscal respecto a los beneficios). Se ha demostrado con varias denuncias y juicios que esta multinacional se lucra de violaciones reales y de la conocida como pornovenganza (es decir, imágenes íntimas publicadas sin consentimiento para perjudicar a la persona) que los usuarios pueden subir a sus páginas web sin ninguna clase de restricción. Incluso para defenderse alegan que mientras algunas personas pueden considerar estas fantasías inapropiadas, a otras muchas personas del mundo les gustan y están protegidas por las leyes de libertad de expresión.  Sin embargo, esto es tan solo la punta del iceberg.

Otro tipo de pornografía que mueve también unos cuantos billones de dólares es la infantil: vídeos de menores manteniendo relaciones sexuales (pues, aunque sorprenda, un porcentaje de estos vídeos es producido y publicado en Internet por los propios jóvenes protagonistas) o siendo abusados. Una gran parte de este contenido se relaciona con la trata y explotación sexual de menores, lo cual es estremecedor, pues, aunque es difícil indagar en la trata de personas para fines pornográficos (entre otras cosas, porque no se tienen muchos datos y, si somos un poco más conspiranoicos y avispados, porque mueve mucho dinero y no conviene demasiado dar información), pero, en cambio, es muy sencillo, con una simple búsqueda en Google, encontrar vídeos explícitos de abuso sexual a niños de dos o tres años de edad. Imagínese usted a su bebé, a su sobrino, a su primo o a su nieto en un vídeo como esos. Le repugna, ¿verdad?

La organización IFW consiguió borrar más de 78000 páginas con contenido pedófilo en el año 2017

Igual de inquietante son los testimonios de mujeres que alguna vez fueron actrices porno y hablan sobre una clara explotación laboral, abuso y agresividad en los filmes y una estrecha relación con el alcohol y los estupefacientes, que utilizan muchos productores para que sus actrices continúen con el degradante trabajo. Cuentan también que, aunque en el vídeo parezca una relación sexual consentida, muchas veces son forzadas a seguir el rodaje. Enfermedades, amenazas incluso de muerte, vejaciones… Muchas ellas coinciden en que gran parte de la pornografía que se produce, la agresiva, contiene un brutal odio hacia la mujer y lo demuestran a través de las acciones que denigran a las actrices. Y la industria -asegura una actriz anónima- es consciente de la violencia y que eso le gusta al público, por lo que sigue produciendo este contenido. Contenido que solo se produce porque hay una demanda; debemos ser conscientes de que todos estos vídeos generan dinero porque alguien los consume. Y toda esta bruma se convierte en un círculo vicioso que deriva, entre otras cosas, en un auge de la cultura de la violación.

Ya contemplado todo el entramado, sin haber ahondado demasiado en lo verdaderamente turbio, nos resulta una lacra irrefrenable. Y es cierto, es imposible erradicar la pornografía y sus estragos. Sin embargo, sí que podemos educar a las nuevas generaciones para que sus relaciones afectivo-sexuales estén basadas en el consentimiento y en el respeto. Enseñar que lo que se ve en los vídeos no es real, no es lo que van a experimentar con el sexo, que es placentero y necesario pero que no debe derivar en una adicción o en forzar a otra persona para la satisfacción propia. Además de la educación sexual desde los centros educativos, que es fundamental para una concienciación más general y que de ninguna manera debe eliminarse de los centros, las familias deben intervenir. Para muchos adolescentes el porno se ha convertido en su única fuente de información acerca de la sexualidad y eso genera una visión equivocada. Es cierto, no nos lo neguemos: es duro hablar con papá y mamá de sexo. Es una situación incomodísima, pero quizás necesaria para posteriormente evitar malas experiencias, que pueden conllevar a los jóvenes a introducirse en el mundo de la pornografía y la prostitución.

¿Qué se esperará de nosotros, los jóvenes, los futuros dirigentes de la sociedad, si retroalimentamos una industria tan dañina como la pornografía? Si obtenemos placer y dopamina a través de una pantalla, si dependemos del consumo diario de este contenido, si continuamos sumiéndonos en una ficción agresiva y la intentamos llevar a la realidad. Procuremos que las nuevas generaciones se mantengan alejadas de la pornografía.


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