NO TOCAR LAS NARICES. Por Alicia López Martínez.

Sección: Escritos de tiza y versos

Viernes, 19 de enero. 2024

La Navidad ha pasado y lo más seguro es que hayamos visto miles de anuncios sobre un sinfín de productos para regalar a nuestros seres queridos o amigos o, por qué no, a nosotros mismos. Y, por supuesto, dentro de esas agotadoras campañas publicitarias hemos encontrado spots de innumerables perfumes, tan socorridos, tan seductores, tan impactantes, tan sensuales y tan, tan “desiguales”.  

Desiguales, sí, desiguales ya que no podemos negar que, en la mayoría de las campañas de publicidad de fragancias, la sexualización de la mujer está, desafortunadamente, demasiado presente. Nosotros ya sabemos de sobra qué es esto de la sexualización o hipersexualización. Eso es; justo lo que estabas pensando: la representación excesiva y objetivadora de la sexualidad femenina con el fin de promover y vender determinados productos, en este caso perfumes. Y es que, en el universo de los aromas, el concepto de «sex sells», o “el sexo vende” parece ser, si no la única, la más importante estrategia creativa para que el posible cliente compre el oloroso producto. De ahí que lo más habitual en este tipo de anuncios sea toparnos con mujeres ligeras de ropa, en posiciones eróticas, dentro o al lado de un automóvil, barco, sofá, cama a la espera de “su hombre” o, quizá, se expongan rodeadas de varones que están a la caza del tesoro. Y, oye, que ni nos inmutamos por ello. Y yo me pregunto. ¿Es acaso esa fragancia mágica que se publicita capaz de transformar la realidad y convertirnos en bellísimas mujeres al servicio del hombre? ¿Acaso la mujer no tiene otro papel que el de reclamo sexual? ¿Nos perfumamos solo y exclusivamente, tanto hombres como mujeres, para encuentros carnales? Yo creo que no. Pienso que nos perfumamos para comunicarnos y mostrar una parte de nuestra personalidad, de nuestra actitud. O, tal vez esos aromas son una forma más de emocionar o emocionarnos, de dejar nuestra presencia o rememorar la ausencia.

En un mundo tan globalizado, la fragancia puede llegar a crear identidad personal, por lo que la competitividad entre las marcas es tal que la promoción de sus productos ha de realizarse a cualquier precio; o sea, que es preciso vender, aunque sea destruyendo. Y es que, en la mayoría de las ocasiones, o en todas las ocasiones, el anunciante del perfume ofrece a la audiencia la exclusividad de lo sensorial y de lo sentimental, olvidando el principal objetivo de la publicidad que no es otro que comunicar las características y los beneficios de su producto. De ahí que, dentro de la comercialización de fragancias, casi todas las campañas sigan un patrón muy similar ya que se limitan a nombrar la marca de la fragancia, principalmente en francés o en inglés, (por lo que se ve, en esas lenguas nuestra nariz percibe los aromas de una manera más intensa), y a añadir fantasías erótico festivas, un tanto surrealistas para que, voilà, el increíble perfume, ya en nuestra piel (da igual el lugar), nos transforme en mujeres apasionadas y apasionantes, centro de todas las miradas y deseos varoniles. Vamos, que, ¿qué sería de nosotras sin ese efluvio que tiene el poder de convertirnos en unas diosas irresistibles? ¿Qué sería de nosotras sin la esencia del hombre para completar nuestro carisma? Y, ¿qué sería de nosotras si pensamos, meditamos, nos empoderamos o nos mostramos tal como somos, sin tener en cuenta sus ansias primitivas?

Nadie puede negar que todo esto es bastante irónico. En nuestra sociedad, mientras se lucha por la igualdad y el papel de la mujer va tomando posiciones en todos los ámbitos, la publicidad de perfumes perece haberse anclado en un tiempo donde esta, la mujer, se limita a ser un ente pasivo, seductor y sumiso al hombre. Mientras las fragancias tratan de convencernos de que son el ansiado “imán” para el amor, en realidad, son las encargadas de reducir la visión de la mujer a un mero objeto. Es más, pareciera que fuéramos nosotras mismas las que deseáramos ser esa preciada pieza de trofeo, esa deslumbrante hembra de mirada felina, cuerpo arrebatador y labios exclusivos para el beso, no para el diálogo o para mostrar ideas propias que difieran de las de “su hombre”.

Desde luego, esto no es avanzar sino retroceder. Porque, no olvidemos que la publicidad, para nada es inofensiva, sino que se trata de un eficaz instrumento de comunicación que muestra valores, comportamientos y una percepción del mundo y de la sociedad a través de emociones y deseos personales. De ahí que sea necesario reflexionar sobre la sexualización de la mujer en la publicidad de las fragancias, puesto que no solo nos afecta a nosotras, sino que también puede afectar en las relaciones interpersonales y en la construcción de identidades futuras. Es hora, pues, de que las marcas de perfumes valoren a la audiencia, porque, aunque no lo crean, vemos mucho más allá de nuestras narices. Es hora de que comiencen a promover sus mensajes de una manera más respetuosa, para que los perfumes huelan, de una vez, a libertad, a igualdad y dejen de tocar las narices con estereotipos obsoletos.


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