La educación de las mujeres en la Ilustración (III)

Por Elisa Vázquez

Sección: Mujeres y educación

Viernes, de marzo. 2022

Ya hemos visto que la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana supuso una clarísima denuncia de la falta de sensibilidad del paradigma ilustrado en lo que se refiere a la situación y participación de las mujeres en la vida política, cultural y social y que se constituyó en el germen del posterior movimiento feminista. La mujer era visible, debía participar en la nueva sociedad ilustrada y acceder a la educación y al conocimiento igual que los hombres.

Exigiendo esta igualdad de derechos, y especialmente el derecho a la educación, surgen entre las mujeres mejor posicionadas en la sociedad movimientos de difusión cultural y mecenazgo como los de “les salonnières” en Francia —sobre los que ya han hablado otros compañeros en este blog— que también se extendieron por España y que reclamaron la inclusión de las mujeres en sociedades culturales y económicas, planteando de manera contundente su acceso al ámbito de lo público.

De esta forma, se favoreció la aparición de tertulias, salones, tabernas o cafés; nuevas esferas de relación humana donde hombres y mujeres se reunían en un ámbito de igualdad intelectual para tratar sobre negocios y política, pero también sobre estética, filosofía, literatura y demás disciplinas culturales. Aún así, era muy difícil concebir que las mujeres actuaran de manera activa y útil en la sociedad o la política porque se las seguía considerando como sabias consejeras o educadoras de ciudadanos, pero siempre a la sombra del hombre, ya fuera esposo, padre o hijo. Además de poseer sabiduría y competencias, de las cuales no debían hacer alarde en público, tenían que ser discretas y comedidas. Pero a pesar de estas dificultades, las mujeres aprovecharon las fisuras del modelo educativo que la Ilustración les proponía a través de esos salones y tertulias, influyendo, poco a poco, cada vez más en la vida pública.

Por primera vez, las mujeres de la alta aristocracia, burguesía, clase media y pueblo llano plantearon de manera colectiva sus aspiraciones sociales y políticas. Con respecto a la alta nobleza, y a pesar de que debían someterse al poder del marido como lo hacían ante el del rey, hubo mujeres de gran inteligencia y ambición, que cosecharon un enorme poder en los asuntos domésticos y en el mundo de las artes, llegando a ser fervorosas mecenas.

En España, fue muy importante el salón de María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte-Híjar. Debido a que su marido era subdelegado de teatros, a su salón eran asiduos los más importantes literatos, artistas, actores y comediantes, por lo que la conversación se encaminaba por esos derroteros culturales de la mano de personajes del momento, como el actor Isidoro Máiquez, el tenor Manuel García o el poeta Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Desde la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica Matritense, la marquesa escribió un texto: La educación moral de la mujer, que proponía una revisión del modelo tradicional, donde mostraba que la mujer debe ser capaz de mantener su dignidad sin renunciar a la educación. Además de estar comprometida con la causa de la mujer, se preocupó por realizar numerosas obras de caridad y luchó por el bien común, ya que propugnaba en su Elogio a la reina, una mejora en la educación, prosperidad industrial y fomento de la agricultura.

También destacaba el salón madrileño de la duquesa de Benavente y condesa de Osuna, que reunía en su persona todos los requisitos que se podrían esperar de una aristócrata de la época: inteligencia, cultura, idiomas y curiosidad científica. En sus tertulias se comentaban los libros recién llegados de Francia, la actriz de moda o los azares de la política, y entre los asistentes al salón se cuentan Leandro Fernández de Moratín, Alejandro Von Humboldt, Agustín Betancourt, Francisco Martínez de la Rosa, Washington Irving, entre otros diplomáticos y artistas de todas las disciplinas.

De la condesa-duquesa hay que destacar su fuerte y constante demanda a favor de una mayor presencia de las mujeres en la nueva sociedad liberal, no solo como encargadas de dar a la nación ciudadanos educados, sino como ciudadanas en sí mismas, dignas de obtener un puesto en la sociedad y ponerse a su servicio para lograr el bien público desde plataformas como la Sociedad Económica de Amigos del País, que contaba con una Junta de Damas de Honor y Mérito. Su intensa preocupación por el progreso del país la llevó a proteger y a trabajar con todo el que tuviera algo que aportar en cuestiones sociales, intelectuales, políticas o económicas para ayudar a conseguir la felicidad ilustrada. En cuestiones religiosas también mostró una actitud avanzada, ya que expresó su inquietud acerca de la Inquisición o de una fe trasnochada, que debía liberarse de falsos milagros, tradiciones erróneas y supersticiones.

Existían, además de los salones, otras instituciones de carácter cultural que el reformismo borbónico utilizó como herramienta para divulgar las reformas de la Ilustración. Estos lugares eran las Academias y las Sociedades. Por lo general, las mujeres no formaban parte de las mismas, aunque su asistencia no quedaba excluida.

La Real Academia Española se fundó en 1713 por iniciativa del marqués de Villena. Su famoso lema «limpia, fija y da esplendor» cumple con el objetivo de oponerse a cualquier alteración de la lengua española, que había alcanzado su máximo esplendor en el siglo XVI; la Real Academia de la Historia, que nació en 1735; o la Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en 1752, que debía seguir el ejemplo de las Academias de Roma, París, Florencia o Flandes, y se dedicaría a cultivar la pintura, la escultura, la arquitectura y el grabado; todas se hallaban bajo amparo y Real protección y fueron creadas a partir de las reformas ilustradas, siendo las tres Academias españolas más antiguas. La de San Fernando contaba con mujeres académicas, algunas nobles que, por supuesto, debían igualar o superar los valores y cualidades de los hombres que entraban en la Academia, como la condesa de Fuentes, la condesa de Waldstein y duquesa de Arcos o la duquesa de Huéscar.

Con respecto a las Sociedades, fue muy importante la anteriormente citada Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, o la Real Sociedad Económica Matritense, que una vez más fue ideada para transmitir, bajo la protección y el patrocinio de la Casa Real, las ideas y reformas ilustradas, como el Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos.

Se crea también la Junta de Damas de Honor y Mérito de la Matritense que originó una gran polémica en torno a la admisión de mujeres en la Sociedad en un intento de delimitar su posición en este espacio, que ya no era informal o de deleite como en el caso de los salones, sino que estaba dedicado al trabajo político y al bienestar y prosperidad de la nación. Entre 1775 —año de fundación de la Matritense— y 1787, se vinieron alternando las discusiones en torno a este punto, hasta que finalmente el rey Carlos III proclama por una Real Cédula la instauración de la Junta de Damas de Honor y Mérito, ya que:

“…para que la transformación social fuese posible no podía prescindirse del potencial que representaba la mitad de la población y para que el cambio fuese realizable sin compulsión, nada mejor que permitir que las damas participaran como compañeras en la Matritense y desde ella irradiaran ejemplos con su actividad al resto de las mujeres.”1

Su admisión se consideró así, además de justa, necesaria y conveniente, elaborando en 1788 los estatutos de la Junta de Damas, con su máxima “socorre enseñando”, que posicionaba las funciones de estas mujeres entre la caridad cristiana y la filantropía ilustrada y que acabó apartándolas, en cierta manera, de otros ámbitos políticos de mayor consideración.

En cualquier caso, y a pesar de las abundantes sombras, el período ilustrado supuso grandes reflexiones y avances significativos en lo que se refiere a la educación y participación de las mujeres, con algunas consideraciones verdaderamente avanzadas; una pequeña luz para nosotras en el Siglo de las Luces.

BIBLIOGRAFÍA:

1PÉREZ CANTÓ, Pilar, MÓ ROMERO, Esperanza (2005), «Las mujeres en los espacios ilustrados», Signos históricos, Nº 13, pp. 43-69, p. 58.


Elisa Vázquez.

Nacida en Ponferrada, donde actualmente reside, es diplomada en Educación Infantil y doctora en Filosofía por la Universidad de Murcia. Escribe, principalmente, Literatura Infantil y Juvenil. Tiene publicados los siguientes libros: Doña Chancleta y el cohete-lavadora (agotado); La Pócima Mágica y Regreso a Montecorona (los dos primeros títulos de la colección Lucy y Pepón en NubeOcho Ediciones); Amapola y la Luna y El sueño del ángel (Ediciones en Huida); El Reino de Úlver, con la colaboración del Consejo Comarcal del Bierzo y Marta y Brando. Magia traviesa (Uno Editorial).

            Socia fundadora del Club Literario Petronio, que intenta fomentar la lectura y activar la vida cultural en su localidad, participa con sus cuentos y artículos en blogs y espacios literarios televisivos. Sus textos —principalmente relatos, artículos y poemas— aparecen en varias antologías de escritoras leonesas, como en el libro homenaje a Concha Espina publicado en 2018 y en un segundo publicado en 2020 sobre la misma autora. A Josefina Aldecoa en 2019; a Alfonsa de la Torre en marzo de 2020 y este año en el libro dedicado a la poeta berciana Manuela López. Así mismo, en el libro de autores bercianos que se editó con motivo de la entrega del Premio de la Crítica Literaria 2018, que tuvo lugar en Villafranca del Bierzo a primeros del mes de abril del año 2019. En 2021 ha publicado Vivir del viento, su primera novela para adultos, con la editorial Letra r y ha participado con uno de sus relatos en la antología Misterio en El Bierzo, de la editorial Más Madera.

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