MICHÈLE MORGAN, LA MIRADA Y EL TALENTO. Por María Rodríguez Velasco

Sección: Fotogramas velados. La mujer en el cine

Lunes, 27 de mayo. 2024

Fotograma de “El muelle de las brumas” (1938).

Una mujer camina con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Lleva una boina y un impermeable transparente. La acompañan un hombre y un perro. Posee los que, al parecer, son los ojos más bellos del cine francés y cuenta con tan sólo dieciocho años. La película tiene por título “El muelle de las brumas” (1938), la dirige Marcel Carné y, más adelante, será considerada un claro ejemplo del realismo poético, en el que existe una marcada influencia del expresionismo alemán. Resalta cuestiones dramáticas, personajes que viven al margen de la sociedad, y la idea referida verbalmente se convierte en el centro de atención. Ella, una recién llegada a París y a los estudios de rodaje, ha conseguido el papel gracias a una amiga –esposa de un productor-. Anteriormente, había participado en un par de films. En el primero de ellos lo hizo como sustituta, pronunciando una única frase. Se llamaba “El pequeñuelo” (Moguy, 1936). Al año siguiente, “Gribouille” (Allégret, 1937) le brindó la oportunidad de debutar como actriz principal, encarnando a Natalie Roguin.

Los ojos más bellos del cine francés.

Estos fueron los comienzos de Michèle Morgan (Neuilly-sur-Seine, 1920–Meudon, 2016), bautizada como Simone Roussel e hija de un exportador de perfumes, arruinado durante la crisis económica que se inició en 1929. Empezó a actuar como extra siendo una quinceañera, con el fin de costear sus clases de interpretación. En ese contexto conoció a Marc Allégret, que también descubrió a Brigitte Bardot, Alain Delon, Louis Jourdan y otros muchos nombres inolvidables. Se reencontró con Jean Gabin en “Sendas borrascosas” (Gleize, 1939) y “Aguas borrascosas” (Grémillon, 1943), pero fue “El muelle de las brumas” el que la catapultó más allá de Francia. Llegaron a compararla con Greta Garbo, aunque sus siguientes intervenciones fueron, más bien, discretas en la Meca del Cine. Hablamos de “Juana de París” (Stevenson, 1942), “Prisionera por una noche” (Marin, 1943), “Cada vez más alto” (Whelan, 1943) y “Pasaje para Marsella” (Curtiz, 1944). No obstante, aunque superó sus problemas con el inglés, la Segunda Guerra Mundial y el círculo de Hollywood la desencantaron hasta el punto de renunciar. Aún así trabajó con Paul Henreid, Frank Sinatra, Humphrey Bogart, Claude Rains y Peter Lorre, entre otros.

Michèle y Jean Gabin, en una de sus películas.

Regresó a su país y ganó el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes, gracias a “Sinfonía Pastoral” (1946), de Jean Delannoy. En Londres, aceptó formar parte de “El ídolo caído” (Reed, 1948), una adaptación de la novela de Graham Greene. La producción obtuvo nominaciones a los Oscar, al Globo de Oro, a los BAFTA y también, en el Festival de Venecia. Entonces, comenzó a alternar proyectos entre Hollywood y Europa, pero es cierto que en E.E.U.U. las propuestas fueron, cada vez, más escasas. Tuvo la ocasión de volver a compartir pantalla con su gran amigo Gabin en “El minuto de la verdad” (Delannoy, 1952) y en “Napoleón” (Guitry, 1955); este último, un film coral que incorporó a Orson Welles, Yves Montand y Maria Schell. Otro de sus compañeros de reparto fue Gérard Philipe, con el que protagonizó películas muy recordadas, como “Los orgullosos” (Allégret, 1953) y “Las grandes maniobras” (Clair, 1955). Además, dio vida a Juana de Arco en “Tres destinos de mujer” (1954) y a Hélène, la perfecta mujer fatal, en “Retour de manivelle” (La Patellière, 1957).

Los tiempos cambiaban y el cine no era menos. Su carrera decayó, pero ella nunca desistió y continuó activa. A finales de los sesenta, decidió cultivar otras pasiones, como la pintura y la poesía. Antes, había hecho un intento de introducirse en la Nouvelle Vague con un largometraje de Chabrol, “Landru” (1963), pero los líderes del movimiento ya no aceptaban a las estrellas de antaño. Aun así, podemos encontrarla en algunos cameos y en apariciones en la televisión; e, incluso, Claude Lelouch la llamó para “El gato, el ratón, el amor y el miedo” (1975).

Probablemente, debido a las circunstancias, a sus malos consejeros y a su falta de perspectiva, no desarrolló todo su talento, ni aprovechó ciertas situaciones. Estuvo a punto de rodar con Hitchcock “Sospecha” (1941) y fue la primera opción para el personaje de Ilsa Lund (“Casablanca”, 1942). En el primer caso, sus dificultades con el idioma hicieron que la balanza se inclinara hacia Joan Fontaine y, en el segundo, fue su agente quien ambicionó un sueldo más alto para su representada y esto ocasionó que Ingrid Bergman fuera la elegida. La proposición de “Té y simpatía” en las tablas de Broadway le dio miedo y fue Bergman, de nuevo, quien se benefició de la negativa. Jane Wyman se llevó un Oscar a la Mejor Actriz por “Belinda” (Negulesco, 1948), porque Morgan había renunciado a ser la protagonista previamente. Al parecer, tampoco la convenció Visconti con “Senso” (1954), ni Antonioni con “La noche” (1961).

En 1968, Francia le reconoció sus servicios con la Legión de Honor y fue diez veces seleccionada por el público francés como la actriz más popular. Su último papel vino de la mano de Giuseppe Tornatore que, tras su éxito “Cinema Paradiso” (1988), quiso reunir a Marcello Mastroiani y a la gran Michèle Morgan en “Están todos bien” (1990).

Michèle, en uno de sus estudios, donde dedicaba horas a la pintura.

En 2001, retomó la pintura y el dibujo, dedicándose por completo a ellos. Esta afición tuvo origen en la adolescencia, pero no fue hasta quedarse embarazada de su hijo Mike, en 1944, cuando la desarrolló más plenamente. Como en esa época vivía en California, asistió a la Academia de Pintura de Los Ángeles. Al principio, solo se atrevía con retratos de familiares y amigos. Más tarde, comenzó a experimentar con el tachismo, la acuarela, el collage y el estilo figurativo. Nunca se consideró una gran pintora, pero sí era una apasionada del arte pictórico.

Para trabajar en sus talleres de Neuilly y Saint-Tropez vestía una blusa que le había hecho su abuela. Murió a los noventa y seis años, con discreción; tal y como había vivido. Fue tan excepcional como su fecha de nacimiento, un veintinueve de febrero.


María Rodríguez Velasco. Escritora y actriz.

Nace, crece y, actualmente, vive en Aceuchal, un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz. Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca y Máster en Neuropsicología y Educación por la UNIR. Colabora en la revista cultural digital Amanece Metrópolis reseñando obras de teatro, novelas y poesía; también, ha participado escribiendo relatos cortos en la sección de bloggers de la Editorial Acto Primero. Es integrante de la Asociación Acebuche-Teatro desde hace más de una década y ayudante de dirección en su cantera infantil. Ejerce profesionalmente como orientadora en los Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica de la Junta de Extremadura, en diversos centros.
Apasionada del cine, la música, la lectura y el teatro, que le han aportado sosiego, sentido común y horizontes infinitos donde proyectar sueños y realidades posibles. La interpretación y el escenario le han permitido viajar lejos y profundizar en las entrañas de muchos personajes; en definitiva, explorar la inteligencia emocional.

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