DE MUJERES, FÉMINAS Y HEMBRAS (1). Por Margarita Álvarez Rguez.

Sección: Palabra de mujer

Martes, 17 de octubre. 2023

Después del artículo introductorio que presentaba la  sección Palabra de mujer, en Masticadores FEM, comenzamos en este   a reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre mujer y lenguaje.   Y lo haremos  sobre el tratamiento sociolingüístico que tiene y ha tenido  el vocablo  mujer y algunos de sus sinónimos a lo largo de la historia del idioma español.

            Las palabras de un idioma nos sirven para pensar y  son, a la vez, el cauce del pensamiento.   Palabra y pensamiento forman, pues, una unidad indisociable.  Y  ese pensamiento se manifiesta en una forma de utilizar el idioma, en el que, con frecuencia, usamos  u oímos términos  o expresiones que, en relación con la mujer, tienen sentido peyorativo.     En este artículo, en concreto, nos centraremos  en el origen de la palabra mujer y en cómo la han recogido  los  diccionarios más significativos de la lengua española.  

            El vocablo mujer procede de la palabra latina mulǐer, ─ēris, que evolucionó  hacia  muller, mugier, muger, mujer. En latín significaba mujer adulta no soltera, aunque  ya algunos escritores latinos  la usaban en el sentido amplio de persona  de sexo femenino. En realidad, no conocemos las raíces indoeuropeas de esta palabra, como sí ocurre con otras muchas que proceden del latín. Se ha asociado, por semejanza fonética,  con el adjetivo mollis, que significa blando, y, de ahí, algunos han querido sacar la conclusión de que la palabra mujer, desde su origen, ha estado relacionada con el mito del “sexo débil”. En realidad este origen  no pasa de ser  una etimología popular, por mucho que hasta haya sido defendido por el gran san Isidoro de Sevilla.  Otros la han hecho derivar de myllás, que en griego significaba ramera, pero lo cierto es que  el origen  de la palabra, más allá del latín, sigue siendo una incógnita.

            La palabra mujer, desde que entra en el primer diccionario castellano, ya nos merece alguna consideración. El primer diccionario monolingüe de nuestra lengua  es  el  Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611. Se podía decir que esta obra es una auténtica enciclopedia de la cultura de la época. Covarrubias no hace una definición propiamente dicha de mujer, pero  sí glosa varias imágenes en las que habla de distintos aspectos relativos a  la misma. Suelen ser   valoraciones muy  peyorativas que expresan una notable misoginia. Nos   presenta a la mujer recluida  en el ámbito doméstico  y asegura  que cuando el marido está ausente ella debe mantenerse encerrada en casa. Recoge por primera vez  los términos mujeriego y mujeril. Y de la mujer llega a decir: “La (mujer) mala es tormento de la casa, naufragio del hombre, embarazo del sosiego, cautiverio de la vida, daño continuo, guerra voluntaria, fiera doméstica, disfrazado veneno y mal necesario”. La frase se comenta por sí misma. Pero, a pesar de su notable misoginia,  y aunque  cree que la mujer debe estar sometida al varón,  le reconoce   valor y fortaleza.

            En el Diccionario de Autoridades, que fue el primer diccionario publicado por la Real Academia Española,  entre 1726 y 1739,  de la palabra muger  se presentan tres  acepciones: 1. “Criatura racional del sexo femenino”.  2.  “Se entiende regularmente por la que está casada, con relación al marido”. 3.  “La  que tiene gobierno y disposición para mandar y executar las cosas que la pertenecen  y cuida de su hacienda y familia con mucha exacción y diligencia”. La primera acepción se mantiene casi igual  en el diccionario  actual de la RAE. La segunda estaría más relacionada con el sentido etimológico de esposa ─cuyo significado mantenemos hoy en la dicotomía marido/mujer─ y la tercera es la que tiene unas connotaciones más ligadas a  una determinada visión  de la mujer como la  perfecta esposa, que cuida su hacienda y familia con diligencia.

            Haremos también un pequeño repaso de la última edición del  Diccionario de la Lengua Española (DLE) de la RAE (edición XXIII).   La primera acepción del DLE para el vocablo mujer es  “persona de sexo femenino”, una definición ligada al sexo biológico. En la actualidad, si le diéramos a la palabra una dimensión no biológica, sino social y cultural ─y hasta legal─,  tendríamos que decir que es  mujer  una   persona que se identifica con el sexo femenino.  Si seguimos buceando por las acepciones de mujer  encontramos, en la cuarta: “Esposa o pareja femenina habitual, con relación  al otro miembro de la pareja”.

            Aunque las definiciones que da de hombre el diccionario académico son similares a las de mujer,  hay una excepción  en la primera acepción, la que se refiere a hombre con significado  genérico de ser humano: “Ser animado racional, varón o mujer”. Todos sabemos que el concepto mujer no tiene ese significado extenso equivalente a persona.  En una de las expresiones recogidas en la entrada mujer, aparece la expresión “ser mujer” con este significado: “Haber tenido la menstruación por primera vez”. Esta expresión del español, que usamos y oímos  los hablantes con cierta frecuencia, no tiene correlato en el hombre. Si nos fijamos en ella,  es como si una mujer lo fuera solo desde el momento en que es apta para la procreación. ¿Qué era antes? ¿Tal vez hembra? Y entre las expresiones que recoge el DLE que tienen algún matiz peyorativo están: mujer de la calle, mujer del partido (prostituta), mujer fatal, mujer mundana, mujer objeto, mujer pública, pobre mujer…

            El Diccionario de uso del español (DUE), de María Moliner, también recoge  algunas de esas expresiones de sentido peyorativo, cuyo análisis merecería otro artículo específico: mujer pública, mujer de la calle, mujer fatal, mujer objeto

María Moliner trabajando en su diccionario

            A esas expresiones que recogen los diccionarios citados podríamos  añadir  nosotros también mujer florero, mujer de su casa, mujer de la vida… Y también mujer de pelo en pecho o la variante mujer de pelo en pelo, con que Sancho califica a Dulcinea. (El Quijote, I, 25). Esta expresión, aunque pretende indicar valentía, en realidad, está consagrando la valentía como una  característica  del varón.  Además, es frecuente en español el uso de la palabra mujer como un vocativo, sin significado léxico, pero con un cierto matiz, que, si no es peyorativo, al menos parece un poco sensiblero. En frases del tipo: ¡Mujer, no hagas caso!, ¡mujer, no es para tanto! Y frases hechas como de mujer a mujer, que parece que habla de sinceridad.  En cambio, la frase análoga,  de hombre a hombre,  tiene una connotación más relacionada con la hombría. Con frecuencia se sigue oyendo aquella frase que dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Parece que engrandece a la mujer, pero  no es así, pues, aunque reconoce su trabajo de apoyo, la presenta en segundo plano, detrás del hombre, que es el que se visibiliza. Otras expresiones  de la lengua coloquial que incluyen la palabra mujer, se presentan también muy cargadas de sexismo, no lingüístico, pero sí social. Pensemos en frases como ¡mujer tenías que ser!, o en  múltiples refranes.

            De la palabra mujer derivan por sufijación otra serie de términos que también tienen algún matiz peyorativo: mujerona, mujercilla, mujerzuela, mujerío, mujeruca, mujeril (afeminado), mujerilmente… Incluso la palabra mujeriego, que es un disfemismo aplicado a los hombres, pero está formada sobre la palabra mujer.

            En artículos siguientes  hablaremos de   féminas y hembras, palabras usadas en ocasiones como sinónimos de mujer, y  también de otras relaciones entre mujer y lenguaje. Todo ello aquí, en  Palabra de mujer.


Margarita Álvarez Rodríguez, esta lingüista y profesora nacida en la localidad omañesa de Paladín (León), se licenció en Filología Románica por la Universidad de Oviedo, tras lo cual ha ejercido de profesora de Lengua y Literatura en Madrid durante cuarenta años, sin olvidar su faceta de investigadora, escritora y divulgadora siempre en relación con las palabras. Ha publicado , en distintos medios, muchos artículos, y también pronunciado conferencias tanto sobre el castellano como sobre el leonés, en los que refleja las peculiaridades de la lengua coloquial, en un tono ameno y con finalidad divulgativa. Esa faceta también la ha dejado plasmada en publicaciones como El habla tradicional de la Omaña Baja (2010), un estudio filológico sobre el habla de esta comarca leonesa, o, más recientemente, Palabras hilvanadas: el lenguaje del menosprecio (Ediciones del Lobo Sapiens, 2021), un libro que debería estar en las bibliotecas de todas las casas.

Podéis conocer más de sus escritos en su blog http://www.larecolusademar.com/

Deja un comentario