BRILLAR CON LUZ PROPIA. Por Alicia López Martínez.

Sección: Escritos de tiza y versos

Viernes, 7 de junio. 2024

Zenobia Camprubí Aymar, cuadro de Joaquín Sorolla

Tal vez saber que, durante estos días, mis alumnos de 2º de Bachillerato se enfrentan a la tan temida EBAU, tal vez pensar que en los temas correspondientes a Educación Literaria figuran escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura en 1956, me ha traído a la memoria la figura de su esposa, Zenobia Camprubí Aymar. Y es que, hasta hace no mucho tiempo, pareciera que la mujer de un escritor, sobre todo un escritor de renombre, se limitaba a tener el papel de “mujer de”, de ser, quizá, “su musa”, “su inspiración”. ¡No me digan que no es sumamente romántico!

Sin embargo, Zenobia, nacida en Malgrat de Mar en 1887 y fallecida en San Juan de Puerto Rico en 1956, (porque sí, ella también se exilió como el autor de Platero y yo), no entra dentro de estos encorsetados clichés. Y es que a través de diferentes publicaciones, como la que lleva por título Zenobia Camprubí: La llama viva de Emilia Cortés, se descubre a una mujer con una personalidad arrolladora. A través de sus ensayos, sus diarios, sus cartas comprendemos por qué Juan Ramón Jiménez la escogió como compañera de viaje. Se complementaban, puesto que Zenobia Camprubí, poeta, pedagoga, traductora, empresaria de arte, profesora en las universidades de Meryland y de Puerto Rico, fue su mayor apoyo para sortear los continuos dilemas, los innumerables dolores de nuestro premio Nobel. Pero Zenobia no se dedicó exclusivamente a su esposo sino que fue pionera en el feminismo y una de las figuras más importante en los principios del siglo XX.

Zenobia Camprubí con unos 18 años.

Zenobia, nacida en el seno de una familia acomodada de Barcelona, recibió una educación exquisita, excepcional para su época. En su estancia con su madre en Estados Unidos, se matriculó en Teacher’s College de la Universidad de Columbia con el fin de cursar estudios de literatura inglesa y creación. Sus vivencias por diferentes ciudades estadounidenses (Boston, Washington o Nueva York) le abrieron la mente y afianzaron sus primeras ideas culturales y políticas suponiendo un gran enriquecimiento personal y un acercamiento a la política española y al feminismo. Desde luego, no fueron pocas las formas en las que Zenobia Camprubí manifestó su compromiso con los valores que buscaban la igualdad de género. Así, Zenobia fue una ardiente defensora del derecho al voto de las mujeres, participando activamente en la campaña por el sufragio femenino en España en 1931. Asimismo, formó parte de distintas organizaciones y escuelas para las mujeres, aun cuando estaba demasiado presente el ideal de La perfecta casada de Fray Luis de León. Entre ellas, hemos de nombrar el Lyceum Club Femenino Español, quizás la más internacional y cosmopolita asociación femenina de la época, que fundó con María de Maeztu, o la Asociación para el Progreso de la Mujer. El haber participado en estas escuelas, en el Ateneo de Madrid, las visitas a la Residencia de Estudiantes fueron los cimientos para buscar su independencia y rebelión contra la sociedad patriarcal, y, finalmente, crear su propio espacio personal, tanto en el arte, como la filosofía, la educación y la literatura, con las que amplió sus ideales intelectuales.  Además, el hecho de ser traductora de figuras como Tagore, Shelley o Walt Whitman desembocó, asimismo, en una reivindicación de los derechos de la mujer a esferas tal vez insospechadas para principios del siglo XX: las intelectuales y culturales. Pero ahí no termina el asunto. Junto a Katherine Bourland, María de Maeztu y Rafaela Ortega y Gasset, creó en Madrid La Enfermera a Domicilio, una asociación, que hoy en día podría considerarse una ONG, que buscaba el cuidado de enfermos tanto de niños y niñas como adultos pertenecientes a las clases obreras, encargándose de ofrecer medicinas, alimentos y consultas gratuitas.

Insistimos de nuevo en que la faceta de Zenobia Camprubí como mujer independiente, polifacética, emprendedora, cuyo fin último no era el matrimonio, no impide reconocer y valorar su entrega como esposa hacia Juan Ramón Jiménez. Digamos que el amor de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez fue un amor a primera vista y que Cupido lanzó la flecha sobre sus corazones literarios uniéndolos con los poemas de The Crescent Moon, de Rabindranath Tagore, donde ella traducía y él pulía.

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez en Washington

Esta unión, este amor incondicional, esta lealtad hacia el poeta de Moguer significó para Zenobia Camprubí renunciar a parte de sus ideales e, incluso, sacrificarse por las necesidades, un tanto egoístas, de Juan Ramón Jiménez. Su labor, la de Zenobia, era enorme, a veces confusa y extenuante puesto que, además de esposa, era su compañera de traducción, su secretaria, su empresaria al ponerse al frente de pequeños negocios que suponían un alivio para los problemas económicos del matrimonio (arrendamiento de pisos, decoración, clases, traducciones) y, en los periodos de crisis del poeta, era su enfermera llegando a olvidarse de su propia enfermedad, el cáncer. De igual manera, como Juan Ramón Jiménez se mostraba reacio, cuando no insoportable, a vivir en Estados Unidos, manifestando su deseo de marchar del país, Zenobia lo acompañó, aun sabiendo que, al hacerlo, desistía de un tratamiento adecuado para su gravísima dolencia. ¿No es esto valentía?

Zenobia y Juan Ramón en Washington

Desconocemos qué podría haber sido Juan Ramón Jiménez sin Zenobia, aunque está claro que su influencia dentro de su obra juanramoniana es palpable. A ella le dedica numerosos poemas o poemarios y ella fue el principal factor para renovar su poesía y alcanzar esa etapa conocida como “poesía pura” con libros como Estío, Sonetos espirituales o Diario de un poeta recién casado. Es más, Juan Ramón Jiménez, desolado, vacío, tras el fallecimiento de Zenobia en el 28 de octubre 1956, tres días después de que se conociese que a Juan Ramón Jiménez se le había concedido el Premio Nobel de Literatura reconoce la incuestionable labor de su esposa para con su obra en las palabras de agradecimiento por el premio.

“Acepto y agradezco el honor que esta ilustre Academia me concede al otorgarme un premio que no he merecido. Cercado por el dolor y la enfermedad, he de permanecer en Puerto Rico sin participar en persona en los actos solemnes de la Academia (…). Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración de 40 años han hecho posible mi trabajo.”.

Zenobia Y Juan Ramón en 1956, Puerto Rico.

En definitiva, Zenobia Camprubí ha de ser considerada como una mujer inspiradora y ejemplo a seguir en la búsqueda de la igualdad de género.  Ella es un modelo a seguir pues supo conjugar de forma magistral tanto independencia y personalidad como generosidad y entrega a la persona amada. De ahí que tengan muy presente que Zenobia no fue una mujer a la sombra de Juan Ramón Jiménez sino que fue una mujer que brilló con luz propia. 

Escultura de Zenobia en Moguer

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