Sección: Escriben nuestras jóvenes
Miércoles, 22 de marzo. 2023
Nota de la editora: Rescatamos hoy este artículo por aquello de que «Cuando las barbas de tus vecinos veas pelar…».Conviene de vez en cuando echar mano a la Historia, especialmente a la que no está tal lejana, y compararla con las amenazas que se ciernen desde las mujeres en los distintos puntos del planeta. Ni estamos tan liberadas como hay quien nos escupe a la cara, ni los derechos obtenidos con sangre, sudor y lágrimas, duran para siempre si no se vela por ellos. Nos hace falta gente joven que lo tenga claro a través de su inmersión en la Historia, ya que ellas no conocieron de primera mano otras realidades sin los mismos.
Como es fácil suponer, los principales afectados en un régimen totalitario siempre son aquellos considerados más débiles (o menos útiles). Después de la Primera Guerra Mundial la figura de la mujer había dado los primeros pasos del que parecía ser un nuevo camino a la libertad. Esto se debe a su incorporación al mercado laboral por la necesidad de mano de obra mientras la gran mayoría de varones estaban en la guerra. Una vez acabó el conflicto bélico las mujeres se acabarían haciendo cargo de los trabajos que los hombres no querían hacer. También a inicios del siglo XX comienzan las luchas femeninas por la adquisición de derechos “reales”, consiguiendo el sufragio universal en algunos países. Estos avances supusieron un verdadero cambio para la figura femenina, marcando el inicio de un largo camino que continúa hasta nuestros días. Sin embargo, estos avances se vieron inmovilizados con el retroceso que supuso la llegada de los fascismos a Europa para los distintos ámbitos sociales y, por supuesto, para la libertad de la mujer.
Todos los fascismos tienen características comunes y su postura ante la mujer es una de ellas. Y, ¿cómo debía ser la mujer en el régimen de Mussolini?
Para hablar de la figura femenina en el régimen fascista italiano debemos tratar leyes y cambios en diferentes campos, aunque todos ellos nos llevarán a un mismo término: la maternidad. Este tipo de régimen reduce a las mujeres al rol reproductivo y por tanto a su cosificación. En concreto Mussolini, ante la alta tasa de emigración que se estaba dando en Italia, considera la demografía el elemento clave para la construcción del estado fascista. Se trata de una actitud natalista y poblacionista que culminará en sus leyes demográficas; es decir, cuanta mayor población tuviera el país más poder tendría Italia. Algunas de las medidas que se tomaron ante el problema demográfico fueron la prohibición del aborto, así como de otros métodos anticonceptivos, las cargas fiscales a solteros y célibes y las exenciones y ayudas a las familias numerosas. Este fue quizá el camino más directo para incrementar la natalidad, sin embargo no fue el único. Aparentemente, el Duce era un fiel defensor de la mujer como esposa y como madre, y nada más allá de esto.
Para el régimen, las mujeres en sí mismas no eran importantes, tan solo necesitaban de su naturaleza reproductiva, como se puede ver claramente en la frase “El país quiere, más que sus brazos, sus lomos». Por este motivo no estaba bien visto que la mujer trabajase, ya que las fábricas no eran su sitio natural, sino su casa cuidando del futuro del país y complaciendo a sus esposos. Mussolini no prohíbe directamente el trabajo femenino, sino que recorta los salarios de las mujeres hasta un 50% en las fábricas y un 30% en las oficinas. De esta manera, fueron muchas las mujeres que dejaron sus empleos. ¿Hasta qué punto merecía la pena trabajar por un sueldo ridículo si recibirían más ayudas ocupándose de la casa? Por otro lado, tenemos también a las campesinas, tratadas como siervas. De esta manera vemos que no solo existía un problema de género, sino también de clase social. El Duce se apoya en las teorías del sociólogo Loffredo para reforzar su discurso. Este defendía que con el trabajo las mujeres solo conseguirían masculinizarse y con esto acabar siendo infértiles.
Otro de los argumentos de Mussolini para incrementar la natalidad fue la sexualización de la mujer embarazada. Intenta demoler la moda de adelgazar que ya había comenzado en estos años para promover la imagen de máter floreciente comparándola con la Venus Calipigia, considerada el arquetipo de la raza. Este no es sino otro camino más para reducir a las mujeres a su capacidad de ser madres. Sin embargo, podría confundirse con una mera normalización del cuerpo de embarazada sin ser nada más allá de la realidad. ¿Hasta qué punto este tópico de mujer embarazada llena de belleza no es sino otra mera imagen propagandística? ¿No es sino un canon más impuesto por los hombres que la mujer se verá obligada a cumplir? ¿No somos válidas por nosotras mismas sino por la vida que podemos llevar dentro?
Por otro lado tenemos el ámbito educativo. Las niñas, durante el régimen fascista, crecieron en un ambiente de absoluta negación de las capacidades femeninas más allá del cuidado del hogar así como de su capacidad intelectual, lo que provocaba un porcentaje mínimo de mujeres que conseguían llegar a la Universidad (por supuesto las que lo hacían solían estar respaldadas por el factor económico). Muchas niñas se casaban a una edad muy temprana para ayudar a sus familias ya que el Duce concedía grandes ventajas económicas por las nupcias y por cada hijo. Además, el régimen había erradicado desde el primer momento el derecho al voto de las mujeres alegando que su opinión nunca podría considerarse como válida ya que estaría basada en complacer, o simplemente llevar la contraria, a su marido, por lo que con el voto masculino era más que suficiente. También en el nivel legislativo cabe destacar el Código Penal de 1930, en el que el «uxoricidio», que ahora encuadramos dentro de la violencia de género, quedaba prácticamente impune con de tres a siete años de cárcel, máximo.
Este dato me ha hecho plantearme el motivo de que efectivamente hubiera un castigo ante este delito, por leve que fuera, si la figura femenina estaba tan subordinada al padre de familia. Pues bien, es posible que incluso en este régimen supieran que la labor femenina era esencial para poder construir el estado fascista, ya no solo por el factor reproductivo y familiar, si no en el ámbito económico. Como también se muestra en el análisis capitalista de Katrine Marçal, ¿Quién le hace la cena a Adam Smith?, para que todo funcione alguien tiene que mantener el orden en la sombra. ¿Quién se hubiera ocupado de las labores cotidianas mientras los hombres estaban ocupados en sus guerras y aspiraciones de grandeza? ¿Quién si no las mujeres se hubieran ocupado en esta época del cuidado de los hijos, cuando Mussolini los consideraba el futuro del país? ¿Acaso hubiera sido posible sin ellas, que se veían obligadas a obedecer en absoluto silencio?
Hemos visto que la vida de las mujeres no era nada fácil en el régimen fascista de Mussolini, siempre subordinadas a la opinión masculina, silenciadas, condenadas a la sombra y limitadas a su condición de madres. Sin embargo, también había diferencias entre las mujeres dependiendo en qué ambiente y en qué familia habían nacido. Esto se debe las desigualdades entre clases sociales tan marcadas en los regímenes fascistas y totalitarios, aunque ahora no sea momento de ocuparnos de ello.
Mónica de la Cuesta González (León, 2002) forma parte –desde 2018- del joven colectivo #PLATAFORMA de León, y actualmente es estudiante del Grado de Estudios Clásicos en la Universidad de OVIEDO. Colabora desde hace años en actos literarios de diversas características y sus textos (artículos, relatos, microrrelatos…) aparecen ya recogidos en publicaciones colectivas como la Revista Zarza, la Revista de LIJ “Charín”, varias antologías de Microrrelatos, y diversos fanzines del colectivo al que pertenece (publicados estos desde Mariposa Ediciones)
Ha actuado como jurado en los concursos de narración “Relatos para Josefina”, destinados a público juvenil en la ciudad de León, en el año 2019 y 2020; y es una gran aficionada a la fotografía.