Sección: Fotogramas velados. La mujer en el cine
Lunes, 20 de marzo. 2023
En los años setenta del siglo pasado, la mujer consiguió en Francia algunos derechos fundamentales, como la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, la prohibición de los despidos motivados por el género o la situación familiar, el divorcio por consentimiento mutuo o los concursos mixtos de servicio público. Simone de Beauvoir, entre otras, impulsó y participó activamente en el movimiento de liberación de la mujer. Su libro El segundo sexo (1949), que abordó temas como nuestra identidad y la diferencia sexual desde varios puntos de vista, fue un referente.
Precisamente, Claude Sautet (1924-2000) rodó en 1978 Une histoire simple, traducida en España como Una vida de mujer. Para ello, llamó a su amiga Romy Schneider (1938-1982), que años atrás le había pedido representar a un personaje femenino que le permitiera explotar su talento interpretativo. Cuentan que fue el regalo del director por su cuarenta cumpleaños; también, el cumplimiento de una promesa. Sin embargo, aunque la película fue concebida para ella, a medida que avanza, son muchas mujeres las que protagonizan esta historia de un modo coral. Todas ellas se unifican en un prisma, ubicado en una época y marcado por el deseo de afirmación de la libertad individual.
Puede que por este motivo, cuarenta y cinco años después, esté hablando de este film. No obstante, en su momento, no pasó desapercibido. Obtuvo un rotundo éxito en taquilla en Francia, fue candidato al Óscar a la mejor película en habla no inglesa y recibió once nominaciones a los Premios César, aunque sólo Romy Schneider obtuvo el de mejor actriz protagonista. También, fue ella quien ganó el Premio Especial del David di Donatello, compartido con Claudia Weill, reconocida por Las amigas (1978).
Tal y como su título original indica, puede parecer una trama sencilla, donde no sucede nada más allá que el trasiego diario de un grupo de personas interrelacionadas, que sacan adelante sus vidas entre la amenaza constante de los despidos laborales, los domingos en el campo y sus circunstancias sentimentales. Esta naturalidad en el enfoque nos concede una cercanía auténtica con los personajes, a través de sus encuentros y desencuentros. La frustración y la esperanza son cuestiones fundamentales, humanas y cotidianas en esta cinta, donde la mujer deja de ser joven, musa, florero, para mostrarse tal cual en sus atinos e indecisiones; haciendo pedazos los mitos y lanzando lejos el corsé que tanto la oprimió.
Muchos críticos afirman que uno de los aciertos se encuentra en la importancia que van cobrando los personajes masculinos a lo largo del metraje (interpretados por Bruno Cremer, Roger Pigaut y Claude Brasseur), pero olvidan que, en este caso, son hilos conductores en la red tejida por Marie, Gabrielle, Francine, Anna y Esther. Todas trabajan en la misma empresa de diseño gráfico y gozan de éxito en sus puestos, aunque les cueste hallarse a sí mismas en la amalgama de mensajes contradictorios en los que se sumergen desde que recuerdan, porque las leyes y la moral pesan sobre ellas; también, la imagen que se supone que tienen que aparentar. Por ello, Georges, Jérôme y Serge son secundarios en este planteamiento, en el que cada una de ellas son una sola con las voces de todas las demás.
Marie tiene treinta y nueve años, un hijo adolescente, un exmarido con el que desea volver. Embarazada de su amante –con el que romperá a través de una carta-, está dispuesta a abortar. Gabrielle languidece en un matrimonio agotado; resignada, pero no encadenada. Es el único apoyo de su cónyuge, al que ya no valoran sus colegas de profesión. Francine desempeña un cargo de responsabilidad en la compañía, es madre y esposa ejemplar. Mientras prepara un pastel, juzga abiertamente a sus amigas por su conducta libertina y la frivolidad de alguno de sus actos. Anna, con dos gemelas y un exmarido que pretende regresar a casa –cansado de las niñerías de su joven pareja-, no duda en hacer aquello que le viene en gana, sea o no apropiado para una señora divorciada y con cargos. Esther disfruta del presente, no entra en sus planes cambiar de apellido casándose con ningún hombre. Tiene un novio que, tal vez, mañana sea reemplazado. No le afectan los comentarios de su amiga Francine, seguirá siendo fiel a su forma de proceder.




Si analizamos de manera individual los caracteres de cada una, podemos caer en la trampa de la superficialidad. Nada más lejos. El cúmulo es el símbolo de la mujer en una época de rebeldía e insumisión, de revolución de género y de consecución de derechos humanos universales. Por ello, existen tantas contradicciones, dudas, decepciones y retos en sus vidas. Conviven, aun sabiendo que sus puntos de vista son distintos y que nunca llegarán a la unanimidad, pero la lealtad fortalecerá sus vínculos y se impulsarán con el soporte grupal. Se bastan a sí mismas, pero se necesitan en un mundo que desde siglos ha estado divido en dos mitades.
El film no es un panfleto feminista, ni político. Expone la trascendencia de lo velado. Por supuesto, hemos de situarnos en un contexto histórico concreto y no obviar que en occidente, hasta hace muy poco, el hecho de que una parte de la población quisiera tomar las riendas de su existencia era un despropósito; a veces, incluso, un delito. Por este motivo, dirección, guion y elenco configuran un retrato bastante verosímil de unos seres humanos que no se conforman con sobrevivir y que ahondan en las consecuencias de sus propias convicciones.
Sin duda, Romy Schneider –mucho más natural en su caracterización, en comparación con otras producciones- logra transmitir la esencia de Marie. Exigente consigo misma y consciente de la etiqueta impuesta, en Una vida de mujer se transforma en razón y latido. Sabía mirar y su rostro era cautivador, pero la complejidad de este papel no le hubiera concedido el mínimo desliz. De no haberlo trabajado con dedicación e interés, con autenticidad y arrojo, nunca nos la hubiéramos creído y esta película sería una más en la historia del cine.
María Rodríguez Velasco. Escritora y actriz.
Nace, crece y, actualmente, vive en Aceuchal, un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz. Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca y Máster en Neuropsicología y Educación por la UNIR. Colabora en la revista cultural digital Amanece Metrópolis reseñando obras de teatro, novelas y poesía; también, ha participado escribiendo relatos cortos en la sección de bloggers de la Editorial Acto Primero. Es integrante de la Asociación Acebuche-Teatro desde hace más de una década y ayudante de dirección en su cantera infantil. Ejerce profesionalmente como orientadora en los Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica de la Junta de Extremadura, en diversos centros.
Apasionada del cine, la música, la lectura y el teatro, que le han aportado sosiego, sentido común y horizontes infinitos donde proyectar sueños y realidades posibles. La interpretación y el escenario le han permitido viajar lejos y profundizar en las entrañas de muchos personajes; en definitiva, explorar la inteligencia emocional.