LUCREZIA ORSINA, LA GRAN MADONNA RENACENTISTA. Por Marta Muñiz Rueda

Sección: Mujeres en la Música

Lunes, 6 de marzo. 2023

Si la historia de la música recoge muy pocos nombres femeninos, la lista se reduce cuando estos salieron de la vida conventual. Desde que en la Edad Media destacaran con nombre propio mujeres como Hildegarda de Bingen, son escasas las referencias de religiosas que hayan legado su talento musical. Una de estas mujeres fue Lucrezia Orsina Vizzana, una monja italiana que vivió a caballo entre el Renacimiento y el Barroco y demostró tener un mágico don como compositora.

Lucrezia nació en Bolonia el 3 de julio de 1590. Era hija de un noble boloñés llamado Ludovico Vizzana y su esposa se llamaba Isabetta Bombacci. Lucrezia ingresó en el convento camaldulense de Santa Cristina siendo una niña, en 1598, tras la muerte de su madre. Tras los muros de Santa Cristina, no solo recibió la protección de la comunidad y encontró consuelo en la fe, sino que se formó en el arte del sonido gracias a la generosidad de su tía Camilla Bombacci, miembro de la congregación que ejercía de organista. Junto a Camilla, Lucrecia aprendió de la mano de Ottavio Vernizzi, maestro que entraba en el convento a pesar de las prohibiciones estrictas de la época.

A Lucrezia le tocó vivir una de las etapas más rígidas de la vida conventual pues, tras la Reforma protestante, la Iglesia Católica extremó las reglas monásticas durante el Concilio de Trento para mantener el orden intramuros en los conventos. En este sentido, la Contrarreforma puso su empeño en limitar la actividad pública de las religiosas, entre ellas la producción musical.

Lucrezia pasó muchos años estudiando música y componiendo, hasta que Vernizzi decidió publicar su obra musical en una partitura titulada Componimenti musicali de motetti concertati a le piú voci, la única conocida que hubiera compuesto una religiosa de Bolonia. El libro, editado en Venecia en 1623, incluía motetes pensados específicamente para las fiestas litúrgicas en las que se exaltaba la figura de Jesús y se veneraban los sacramentos. Influenciada por la obra del compositor italiano Claudio Monteverdi, Lucrecia ya conocía los estilos musicales que triunfarían en la primera época del Barroco. Por eso podemos afirmar que fue una pionera en cuanto a géneros y textura se refiere.

A pesar de la calidad de sus composiciones, Lucrecia contravino las normas eclesiásticas que no permitían que las religiosas hicieran pública su obra. Años después, tropas de la Iglesia llegaron a Santa Cristina para intentar imponer las normas establecidas por Trento. Desde entonces, Lucrecia dejó de componer. Tras su muerte, en la primavera de 1662, su talento musical cayó en el olvido. Tuvieron que pasar varios siglos para que las notas compuestas por ella volvieran a sonar y fueran admiradas por los amantes de la música. Su obra fue rescatada y reeditada a finales del siglo XX.

El estilo en el que Lucrezia escribía su música sin duda distaba del que se venía interpretando habitualmente en el convento, al que habían dedicado obras compositores como Adriano Banchieri, Gabriele Fattorini, Giovanni Battista Biondi y Ercole Porta, y que consistía en polifonía ‘lujosa’, en muchos casos a doble coro. Los motetes de Lucrezia Orsina, sin embargo, compartían su lenguaje con la música que imperaba fuera de los muros de la clausura, asemejándose incluso a la naciente ópera de Monteverdi, como dijimos.

La publicación de la obra de Vizzana nos revela, por otro lado, la esencia disruptiva de esta autora, pues tan solo un año antes, el arzobispo había vetado toda música que no fuera canto llano en el convento. No obstante, ella, con intención de ‘validar’ su obra, emplea textos bíblicos, la mayoría de ellos dedicados a Cristo como sujeto de veneración, y como mecanismo para justificar su exuberante música, dándole así un sentido ‘religioso’ para tratar de sortear esta censura a la que, sin duda, se enfrentaba. Por supuesto, y como era de esperar, no todo fue un camino de rosas ni para Lucrezia, ni para sus hermanas. En primer lugar, el estatus socioeconómico que remarcamos antes se volvió en su contra, pues el obispo quería a todas luces tenerlas ‘bajo control’ para poder manejar los atractivos bienes del convento, ya que las riquezas que manejaban en Santa Cristina eran verdaderamente superiores a las de los otros centros monásticos de la zona.

En 1622, el cardenal Ludovico Ludovisi recibe en Roma una carta anónima que denuncia la práctica musical en el convento, señalando numerosos escándalos y problemas internos derivados de ello, y que Monson recoge en la citada bibliografía: «movido por los perpetuos excesos, incontables como la arena, que brotan en los conventos de nuestra ciudad de Bolonia por la música que las monjas interpretan tan inapropiadamente, imploro entre lágrimas (…) que convenza a la sagrada congregación de prohibir esa música. Usted sabe que los hombres acuden más de lo respetable a las iglesias de las monjas como si fueran comedias y otros lugares impíos. Como confesor de muchos conventos bien sé que hay tanta disputa y contiendas entre ellas por sus rivalidades musicales que, en ocasiones, se arrancarían las carnes entre ellas si pudieran».

La disconformidad del obispado era tal que en el año 1628 tuvo lugar un grave altercado que llegó a ser muy sonoro, y que Monson también relata con detalle: el obispo, decidido a prohibir radicalmente la práctica musical en el convento, decide personarse allí mismo acompañado de una tropa de la guardia real. Las monjas no solo no salen a recibirlos, sino que se enfrentan a ellos y les atacan: suben a la azotea armadas con cascotes y baldosas, y empiezan a arrojárselos. El pueblo, que acostumbraba a escucharlas cantar y que las quería, se puso de su parte, y comenzaron a pasarles piedras por el torno de la clausura para asegurarse de que no se quedaban sin munición. Ante la negativa de las monjas a dejarse amedrentar por el poder, el obispo y la tropa tuvieron que retirarse, dando la victoria a las religiosas que subieron a tocar las campanas mientras la gente gritaba:« ¡Larga vida a las monjas de Santa Cristina!». Sin embargo, este amargo episodio perjudicaría seriamente la salud mental de Lucrezia Orsina, que a raíz del mismo abandonaría la práctica musical.

Estas son tan solo unas pequeñas pinceladas sobre un tema que poco a poco comienza a llamar la atención de los investigadores, pero que sin duda merece ser estudiado a fondo. Desconocemos la cantidad de música que nos estamos perdiendo por esta barrera entre lo privado y secreto ya no solo de la clausura, sino del veto al que han sido sometidas las religiosas. Puede que estas hayan sido perseguidas y censuradas, pero lo que es seguro es que nunca han dejado de crear. Está ahora en nuestra mano recuperarlo.

Enlaces para escuchar su música:

1-Lucrezia Orsina Vizzana – O invictissima Christi martir et virgo – YouTube

2-(49) Lucrezia Orsina Vizzana – Ave Stella matutina – YouTube


*Marta Muñiz Rueda (Gijón, 1970) es escritora y músico. Ha publicado libros de poesía (El otoño es nuestro, Libro de la delicadeza), la novela Tiempo de cerezas, y los libros de cuentos 13 cuentos dementes Anna y las estrellas. Desde pequeña su vida ha estado ligada al aprendizaje y la enseñanza del piano y la composición, ya que todas las mujeres de su familia han estudiado interpretación. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo y titulada profesional de piano por los Conservatorios de Gijón y León. Como compositora puso música a poemas y textos de Miguel de Cervantes y Lope de Vega en la obra ‘Duelo de ingenios’, actuando a dúo con la soprano Ana Clara Vera Merino, estrenándose con gran éxito en la Biblioteca Pública de León. También es autora de cuatro obras de teatro musical infantil en la compañía de la que forma parte, ‘Moraleja de la candileja’. Ha participado en numerosos eventos artísticos, antologías, revistas culturales y es columnista de opinión del diario de información general La Nueva Crónica.

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