Por Irene Fidalgo López
Sección: Escriben nuestras jóvenes
Viernes, 11 de noviembre. 2022
Hasta que conocí a mi pareja actual, la fotografía siempre había sido un arte al que no había prestado la atención que merece, posiblemente por desconocimiento o porque no se estudia de manera conjunta con otras disciplinas del mismo campo expresivo como la literatura, el cine o el arte plástico. En mi desconocimiento, me había perdido un amplio mundo que tenía unas fronteras infinitas. Así descubrí que la fotografía, lejos de haber escapado de las manos de las mujeres artistas, había comido de su mano desde el principio. La fotografía fue una de las escasas actividades permitidas a las mujeres desde finales del siglo XIX y también uno de los medios de vida más respetables para todas aquellas que quisieron apartarse del camino que la sociedad tenía preparado para todas ellas.
Desde la cámara oscura y los materiales fotosensibles de Nicéphore Niépce en 1816 (que consiguió crear una instantánea que se deterioraba con el tiempo), hasta Louis Daguerre, discípulo de este primero, que fue pionero en el uso de placas de cobre impregnadas con sales de plata que situaba al fondo de una cámara oscura y el «dibujo fotogénico» de Fox Talbot (que consiguió las imágenes conocidas como «negativos»), se consiguieron algunas de las técnicas imprescindibles que a día de hoy han conseguido dotar a la fotografía de su actual genio. Fue la misma afición de Talbot por la fotografía lo que logró entusiasmar a su esposa Constance quien, junto con su amiga Anna Atkins, fueron las creadoras de la famosa «ratonera», una cámara de madera que tenía una lente y una trampilla de madera que contenía un papel sensible. Ambas fueron las primeras mujeres fotógrafas de la historia.
En España también contamos con nuestra primera mujer fotógrafa: Amalia López Cabrera. Aunque muy poco se ha escrito sobre ella y escasea la información acerca de su personalidad y resistencia frente a los estereotipos de la época (pues la fotografía seguía quedando vedada a las mujeres como disciplina estética), se conoce su vitalidad y pasión por este arte, que la llevaría a regentar el primer estudio de fotografía de España. Su pasión fue el reverso de la sociedad. Aquello que afloraba cuando se ahondaba en sus entrañas. Sus fotografías se abren como cuadros, pero mucho más íntimos y personales. Niños vestidos de adultos con trajes desgastados, gorras deshilachadas y cigarrillos en la boca, niñas de la calle con vestidos manchados y caídos o ancianos que parecen relucir como fantasmas negros con bordes brillantes.
No menos importante parece a la historia la memoria del nombre de Anaïs Napoleón, otra de las mujeres pioneras en el campo de la fotografía franco-española. Su colección, mucho más restringida que la de Amalia, incluye al retrato como el principal interés de su arte. Casi especializada en los retratos infantiles (y siempre de la mano de su marido), dejó constancia de su pasión en sus esfuerzos por ser tenida en cuenta por la sociedad de la época, en la que la presión religiosa y política obligaba al asilamiento a la mujer.
En la actualidad, emocionada por este nuevo campo que nunca había hollado, mi pareja me ha descubierto una gran cantidad de nombres femeninos que abren sus puertas a una sociedad sin límites, donde la fotografía juega con lo arquitectónico, lo visual y lo plástico. Un millar de nombres se descubren entre los infiernos gélidos que manchan de nieve el enfoque principal que es roto por una mujer de vestido negro que revela la panorámica obtenida por Aída Pascual en mitad de un bosque silencioso; la sensualidad de las telas de seda que cubren solo aquello que la oscuridad de la luz del objetivo deja pasar en la obra de Aina Buforn; la aplicación del claroscuro de Caravaggio a escenas cotidianas que nos muestra la colección de Alba García; o la fusión entre el mundo material y el orgánico de Ana Encabo.




Todo parece indicar que, en la actualidad, debemos celebrar las infinitas posibilidades que la expresión nos ofrece a manos llenas. Sin arte, el hombre no sería un hombre. Sin arte, las mujeres no habríamos podido SER mujeres.
Irene Fidalgo López, es una joven escritora que tras estudiar el grado en Lengua española y su literatura en la facultad de León, actualmente se encuentra cursando un Máster en Formación del profesorado. Su interés por la literatura de lo insólito la ha llevado a colaborar en las residencias de verano con el grupo GEIG de literatura de la universidad de León.
Interesada por la lectura y escritura desde una edad temprana, comenzó su andadura por el mundo literario de su ciudad natal recitando en el Ágora de la Poesía y uniéndose posteriormente al joven colectivo #PLATAFORMA, con quienes ha participado en diversas performances poéticas y en publicaciones colectivas. Además ha participado también en las antologías colectivas de escritoras leonesas dedicadas, con motivo del 8 de marzo, a diversas escritoras como Josefina Aldecoa (2019) Alfonsa de la Torre (2020) Manuela López García (2021), así como en diversos encuentros como Escritores por Ciudad Juárez – León o la celebración del Día de las Escritoras, también en León.
Recientemente ha publicado su primer poemario Tiempo en calma con la editorial Mariposa Ediciones.