Mujeres en las termas romanas (y II)

Por Emilio Campomanes

Sección: Con firma masculina/Invisibles en la Antigüedad

Sábado, 7 de mayo. 2022

En la anterior entrada explicaba que las termas fueron mucho más que lugares para el baño o la higiene. Se convirtieron en una auténtica pasión para la sociedad romana que alcanzó a todas las clases sociales e indistintamente a hombres y mujeres.

En muchas publicaciones podría deducirse que las termas fueron espacios propios de los hombres, donde tratar de asuntos serios como negocios o política y, en todo caso, el uso de hombres y mujeres estaba decorosamente organizado. Algo similar ocurre con la práctica del deporte en la Antigüedad, muy vinculado a los edificios termales, y a veces parece que era una actividad exclusiva de hombres. En ambos casos, la práctica por mujeres se ha entendido como una excepción o una extravagancia, con una concepción que recuerda a la sociedad victoriana del siglo XIX. Y así, tenemos de nuevo, otras invisibles en la Antigüedad, a las que no se ha reconocido una actividad que fue cotidiana entre las mujeres, como el baño, la higiene y el ejercicio físico.

Imagen idealizada de una escena de baños en las termas

En nuestra mentalidad resulta chocante la costumbre de tomar baño hombres y mujeres juntos, en muchos casos desnudos o prácticamente desnudos, precisamente porque la desnudez o el pudor se convirtieron en una frontera para muchas limitaciones de género. Nuestra sociedad tiene unas convenciones –no entro a juzgarlas– que nos mueven a separar determinados espacios, en la entrada anterior señalaba el caso de los vestuarios o las letrinas, que en Roma eran colectivas y en muchos casos de uso común a hombres y mujeres. En ambos casos, hoy nos resultaría muy incómodo compartir estos espacios.

Convenciones sociales

Desde luego que la sociedad romana estaba llena de rígidas normas sociales y legales que limitaban la libertad de acción de las mujeres. Pero era un mundo, en el que por cada norma, se encuentran diez excepciones. Por ejemplo, existía un gran pudor hacia la desnudez, desde los tiempos más antiguos de la República y al mismo tiempo, la desnudez era cotidiana, no solo en el arte, sino en palestras y otros lugares además de los baños.

Durante el final de la República (siglo I a.C.) y el primer siglo del Imperio (siglo I d.C.), la recia moral republicana sucumbió ante cierta permisividad. Los mejores ejemplos de integración de las mujeres en la vida pertenecen a este periodo, cuando parece que alcanzaron unas mayores cotas (no voy a decir de igualdad, porque hubo tal), pero al menos de libertad o de equiparación en sus actividades. Parece deberse a la expansión territorial del Imperio, desde el Norte de África a Germania y desde el Atlántico hasta Mesopotamia, lo que favoreció una mezcla sin precedentes de culturas y creencias.

En el apogeo de Roma se diseñan las calefacciones con hipocausto, así que el baño caliente se hizo irresistible y toda la sociedad se vuelca a construir termas por todo el imperio para el disfrute de mujeres y hombres por igual. En el siglo II d.C. los sectores más puritanos e influentes presionaron a los emperadores para segregar hombres y mujeres en los baños. Nunca se trató de excluir a las mujeres de este disfrute, sino a establecer reglas para evitar escándalos –infidelidades o adulterios- y lo peor: los cotilleos que provocaban. Porque la sociedad de la Urbs era tan cotilla como promiscua.

La pintura romana refleja la ambigüedad de su propia sociedad. Esta mujer, que se lava en un gran lavabo de piedra (labrum), aparece con una mezcla de recato, al cubrirse pudorosamente, y de sensualidad.

Así que, el emperador Adriano, cien años después de la invención de la calefacción, accedió a prohibir los baños mixtos. Pero una ley no tiene más trascendencia de la que sus ciudadanos le concedan, es decir, prohibir algo no quiere decir que se deje de hacer. Y parece que los romanos no hicieron ni caso, porque los sucesores de Adriano durante el  siglo siguiente debieron recordar cada poco esta prohibición.

Parte del problema eran las mujeres de alta alcurnia, claro. Sus esposos tenían acceso directo a los emperadores y se quejaban de sus problemas conyugales. Pero resultaba que casi todas las grandes mansiones tenían unas termas privadas en su interior. Eran habituales en las domus urbanas, y casi imprescindibles en las villae del campo, auténticos palacios. Creo que es raro el caso de una gran mansión sin unas termas, grandes o pequeñas, en su interior. Y esto quiere decir que las aristócratas no tenían ninguna necesidad de ir a los baños públicos, al menos por higiene. Muchas de ellas, casadas por obligación, disfrutaban de una vida al margen de sus maridos y de encuentros en los baños públicos.

Pero no era solo cuestión de promiscuidad. Las grandes instalaciones públicas eran muy poco higiénicas después del paso de cientos de personas por las piscinas. Efectivamente se construían acueductos para alimentar las termas, pero las piscinas no podían renovar el agua al mismo ritmo que el baño de sus usuarios y, por entonces, no se utilizaba cloro para depurar el agua. El emperador Marco Aurelio –otro que volvió a insistir en la prohibición–, acudió en más de una ocasión a pesar de su encumbrado linaje, lo que le permite describir las piscinas con asco: “Aceite, residuos asquerosos, agua cenagosa, todo repugnante” (Meditaciones 8,24).

En la sociedad romana fue penetrando la noción de “pudor” a lo largo del siglo II d.C., y arbitró varias fórmulas para separar a hombres y mujeres en los baños, pero sin privarlas de su baño diario. En las ciudades importantes o en Roma, los grandes complejos termales tenían dos alas exactamente iguales en tamaño y distribución que permitían un uso segregado por sexos y así era más sencilla la división.

Sin embargo, en las ciudades de provincias la mayoría eran pequeñas instalaciones, y se estableció el acceso a las termas por franjas horarias. Puede parecer equitativo, pero resultó que casi siempre perjudicaba a las mujeres al asignarlas la peor franja horaria –las mañanas–, frente a las tardes que era el momento auténtico de ocio. En algunas publicaciones se afirma que el acceso por franjas horarias fue lo común del mundo romano, pero en realidad fue una solución que llegó a una parte de los baños. A tenor de las quejas ante los emperadores, lo habitual fueron los baños mixtos, mucho más divertidos, sin duda, que siguieron dando que hablar durante siglos.

Una de las últimas grandes termas levantadas en Roma fueron las de Diocleciano, hacia el año 300, en los albores del cristianismo. Sus dimensiones son colosales y más grandes que las de sus predecesores. Tenía aforo para unas 3.000 personas y solo la piscina (natatio) tenía 4.000 m2 (foto: reconstrucción 3D museonazionaleromano)

Otra solución sería hacer reformas en los edificios para introducir dos circuitos de baños aislados entre sí. Era una forma de mantener a hombres y mujeres separados durante su baño, eliminar las franjas horarias, que provocaban bastantes quejas y nuevos problemas.

Los romanos eran grandes constructores y las termas son edificios que siempre aparecen con una multitud de reformas. Para los arqueólogos resulta uno de los edificios más complicados de entender, sobre todo por la sucesión de cambios que se introducen cada poco tiempo.

Las termas de la ciudad de Lancia en León

La ciudad romana de Lancia de origen astur y después romana, está muy cerca de León, en la pequeña localidad de Villasabariego. Se hizo famosa por oponer una dura resistencia durante la invasión romana, hasta tal punto que estuvo a un tris de ser destruida arrasada, pero en el último momento el general romano decidió salvarla de la destrucción que sus legionarios habían decidido, después de sudar sangre para conquistarla. Menos de cien años después los lancienses se habían romanizado bastante, hablaban latín, habían construido un foro, un mercado central y varias termas por los barrios. Se habían contagiado de las costumbres romanas.

Las termas principales de la ciudad, cerca del foro, han sido excavadas desde antiguo y en campañas recientes, en las que participé. Normalmente este tipo de edificios no se interpretan bajo una perspectiva del género. Se pone la lupa en entender la multitud de cambios de estos edificios a lo largo de su historia, que no es poco. Pero en este caso los directores de la excavación –el profesor Jesús Liz y Jesús Celis –, introducían la variable de uso de género lo que aclaraba la explicación –o la complicaba–. (1)

Las termas lancienses, en origen, eran más pequeñas y con menos habitaciones, lo que permite suponer su uso mixto hasta avanzado el siglo II d.C. En esa época se amplían con nuevas habitaciones hacia el oeste y se redistribuyen sus usos. El resultado se representa en una maqueta expuesta en el aula arqueológica, que explica unas ruinas algo complicadas de entender, sobre la que señalo el uso de cada sala. Se pueden ver las estancias típicas como unas letrinas colectivas, vestuario, frigidarium con su piscina cubierta, tepidarium, caldarium y la sudatio, todo ello comunicado por un pasillo y una palestra bien orientada al sur. En cambio parece que no tuvo natatio (piscina al aire libre).

En el siglo II d.C., se instaló un segundo circuito de baños y parece que esta división por sexos pudo ser el motivo de una reforma en profundidad para desdoblar el circuito balneario en dos. Desde luego, nadie conoce la motivación de un cambio tan importante, así que no podemos saber si las mujeres demandaron este cambio.

Las obras no alteraron demasiado el antiguo edificio, que en lo sustancial debió permanecer igual. El edificio se amplió hacia el oeste (a la derecha en la imagen), moviendo los hornos de la calefacción y construyendo nuevas habitaciones que utilizaron como caldarios. Probablemente modificasen otras infraestructuras que no conservamos como el abastecimiento de agua, desagües, etc.

El resultado final, está en la imagen de la maqueta, donde he rotulado en color azul las salas utilizadas por los hombres, mientras que las mujeres circularían por las dependencias rotuladas en rojo. Las mujeres disponían de un frigidario, con una bonita piscina en su ábside semicircular, muy a la moda del siglo II y un caldario con su propia calefacción, ya que el clima en la ciudad es severo y así se podría utilizar incluso los días de invierno.

Sobre la imagen de esta maqueta es fácil de entender la estructura de las termas de Lancia. Hay un pasillo distribuidor hacia las principales estancias, a la izquierda el vestuario (apodyterium) y las letrinas colectivas. F = frigidario, T = tepidario, C= caldario S= sudatio.

Me permito hacer un cambio sobre la interpretación original de J. Liz y J. Celis  (1999) para resolver el acceso a esta zona. Existen dos tepidaria o habitaciones templadas (señaladas con T roja y azul) en una fase más antigua que después se convirtieron en una sola habitación de un tamaño desmesurado. Si el objetivo de esta reforma fue crear un doble circuito termal, esta dependencia debería haber comunicado el pasillo distribuidor con los baños de mujeres.

Aún con estos cambios, no quedaría más remedio que hombres y mujeres utilizaran muchas zonas comunes en el edificio. La entrada principal sería común y desde ahí se alcanzaba un pasillo que organizaba todo el edificio, empezando por los vestuarios (apodyterium) que era una pieza indispensable para dejar la ropa y recoger un lienzo que hacía la función de una toalla, las letrinas colectivas justo al lado y a partir de ahí se comunicaba con el resto de los baños. Por otra parte, la palestra debió seguir siendo de uso común.

De cualquier forma, las mujeres dispusieron de sus propias zonas de baño, que disfrutaron dejando de lado escándalos o miradas incómodas.

Hacia una moral cristiana

La sociedad romana fue cambiando al ritmo que avanzó la dura crisis que sacudió al Imperio en el siglo III. Al final del siglo se había convertido en una sociedad irreconocible y el cristianismo encajaba tan bien en la nueva mentalidad, que adquirió un gran protagonismo durante el siglo IV.

Los santos hombres cristianos clamaron en contra de muchas costumbres romanas. Una de las que más les irritaba eran los baños públicos. Contenían todo aquello que los rigoristas odiaban: lugares de disfrute y placer para el cuerpo, agua caliente en lugar de las duchas frías, hombres y mujeres casi desnudos y con seguridad bastante sexo. Incluso en los recintos divididos por género. También eran espacios muy lujosos y adornados con multitud de estatuas, de dioses y diosas, entre las que predominaban las divinidades relacionadas con el amor y los placeres. Así que la iglesia cargó contra estos lugares pecaminosos y paganos.

Algunos escritos cristianos parecen indicar que, en no pocos edificios, hombres y mujeres seguían compartiendo los baños o bien muchas zonas comunes, lo que quiere decir que la prohibición del emperador Adriano y sus sucesores no fue seguida a rajatabla y buena parte de la población siguió disfrutando del baño común. Pero los obispos alcanzaron una enorme influencia y lograron que en el año 320 d.C. se prohibiese el acceso de las mujeres a los baños públicos. O al menos se intentó oficialmente. La nueva moralidad acusaba a las mujeres de ser el origen de muchos pecados, todos relacionados con la lascivia, de modo que se implantará una prohibición tras otra.

Y además se relacionó el baño con el pecado, así que se recomendaba que solo se acudiera a las termas una, o a lo sumo, dos veces al mes. San Jerónimo, asceta oriental, veía el baño como una práctica abominable, aunque en realidad la Iglesia nunca adoptó una política de prohibición total. El baño siguió siendo un placer romano y muchos cristianos, e incluso obispos, frecuentaron los baños, o bien las termas privadas de las mansiones siguieron deleitando muchos años a sus propietarios paganos y cristianos. En cuanto a las mujeres, se invisibilizan cada vez más y si siguieron siendo usuarias de las termas, desde luego no han quedado rastros.

El final de las termas

Los arqueólogos tienen claro que entre el siglo IV y el siglo V prácticamente todas las termas desaparecieron en Hispania. Se abandonaron y aparecen colmatadas por los escombros de sus tejados y paredes. Así, las termas de la ciudad de Lancia no superan el siglo IV.

En lo que ya no hay acuerdo es en el motivo de su desaparición generalizada. Para unos, las prohibiciones del cristianismo hicieron mella entre una población cada vez más cristianizada y lograron erradicar la costumbre del baño. Para otros, el problema radicaba en los enormes costes del mantenimiento de los baños y sus acueductos, que las ciudades en pleno declive no logran mantener.

Otros autores, consideran que algunos edificios termales romanos aún sobrevivieron durante los primeros siglos del Medievo, a tenor de algunos textos, que aluden de soslayo a esta costumbre, que se convierte en algo excepcional.


NOTAS:

(1) J. Liz Guiral, M. J. Gutiérrez González, J. Celis Sánchez, “Las termas de Lancia (Villasabariego, León, España)”, Termas romanas en el occidente del imperio: II Coloquio Internacional de Arqueología en Gijón. Gijón, 1999, 2000, págs. 221-228.

  https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=606756


Emilio Campomanes Alvarado

Licenciado en Arqueología e Historia de la Antigüedad y arqueólogo profesional durante 25 años, ha trabajado en la provincia de León y limítrofes, sobre todo en lugares de época romana como el anfiteatro, el acueducto o la Puerta Obispo de la ciudad de León, o el ad Legiomen (Puente Castro); también otros medievales como San Miguel de Escalada o la iglesia paleocristiana de Marialba de la Ribera, e incluso algunos modernos. Aunque la mayoría han sido relacionados con su especialidad en época romana, siempre ha mirado hacia los periodos difíciles, como la transición entre la Antigüedad y el Medievo.

Afirma haber muerto y haber regresado y desde entonces dice haberse “jubilado”. En ese momento es de las pocas veces que deja de hablar interminablemente. Aunque ser arqueólogo se lleva dentro y difícilmente dejará de sentirse tal. Tipo excéntrico –por si el lector aún no se había dado cuenta–, afirma que le gusta la enseñanza, para horror de los profesores de verdad, los profesionales. Imparte cursos, clases, talleres en el medio rural y afirma que le divierten mucho. Pero no se considera profesor y afirma haber sido rechazado en varias ocasiones para entrar en la enseñanza, lo cual honra un cuerpo serio como éste.

Ha publicado numerosos artículos de investigación en diversas revistas científicas y en congresos. Si a alguien le interesa aburrirse leyendo alguno, puede descargarlos aquí (https://independent.academia.edu/EmilioCampomanes). Pero desde hace unos años se ha pasado a la divulgación, que espera hacer con rigor, aunque su mayor interés es no aburrir al público lector, ni desde luego aburrirse a uno mismo. Fruto de su interés por la divulgación son dos libros “Guía del León Romano” y “El Legado de Roma en León”, ambos en la editorial Lobo Sapiens. Ha estado inmerso en un proyecto llamado “Hispanas”, recogiendo noticias de la actividad de las mujeres en la Hispania romana.

En la actualidad se encuentra inmerso en varios proyectos de los que se niega a dar información: “si cuentas tus proyectos se gafan”, afirma con voz seria.

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