La alargada sombra de Ida Lupino

Por María Rodríguez Velasco

Sección: Fotogramas velados. La mujer en el cine

Lunes, 9 de mayo. 2022

Estoy escuchando El Danubio Azul, mientras tecleo en el ordenador. La Johann Strauss Orchestra y André Rieu me acompañan en la difícil tarea de escribir acerca de una figura cinematográfica que fue definida, por su determinación y audacia, como rebelde e inconformista. No sé si un vals es la melodía más apropiada, tratándose de la primera mujer (que se sepa) en dirigir un film de cine negro. Si bien su faceta de actriz es más conocida y reconocida, no sucede igual con su trabajo de dirección y producción, que desde 1948 llevó a cabo gracias a la productora independiente que fundó junto al guionista Collier Young, su marido por aquellos entonces.  

Ida Lupino

Ida Lupino (Londres, 1918) continuó con el oficio de sus antepasados, cuyos orígenes circenses y teatrales se remontaban al siglo XVII, y se formó en la Real Academia de Arte Dramático londinense. Al parecer, fue la única de su familia que sentía aversión a actuar en los escenarios y solía encerrarse en el baño hasta que alguien la sacaba a rastras a escena. Con tan sólo catorce años debutó como protagonista en la película Her First Affaire (1933) por casualidad, ya que acompañaba a su madre (Connie Emerald) a la prueba y decidieron darle el papel a ella. También, podemos encontrarla en multitud de largometrajes, como The Light That Failed (1939), They Drive by Night (1940) y High Sierra (1941). Trabajó con Michael Curtiz (El Lobo de Mar, 1941), Anatole Litvak (Out of the Fog, 1941), Charles Vidor (El Misterio de Fiske Manor, 1941), Robert Aldrich (El Gran Cuchillo, 1955) o Fritz Lang (Mientras Nueva York duerme, 1956). Así, hasta acumular unos sesenta títulos que incluyen todos los géneros; aunque destaquen el film noir, y papeles de femmes fatales y buenas chicas marcadas por turbios pasados. Pero sus aspiraciones sobrepasaban esos roles y así se lo hizo saber a los estudios cinematográficos, que no dudaron en sancionarla temporalmente y no renovarle el contrato. Entonces, desafió los cánones de la época para dirigir y escribir guiones que exploraban temas tabúes para el negocio del celuloide y la crítica voraz.

Ida Lupino, en El Misterio de Fiske Manor (1941)

El plan inicial en la recién estrenada productora era que la primera película fuera dirigida por Elmer Clifton, pero los azares de la naturaleza hicieron que éste sufriera un infarto. Ida tomó las riendas de Madres Solteras (1949), aunque prefirió que en los créditos su nombre sólo apareciera como guionista y no como directora. Por supuesto, la censura no admitió que se hablara abiertamente de los hijos concebidos fuera del matrimonio y la obligó a cambiar el título original. Su filmografía posterior continuó en la misma línea y la polémica siempre estuvo servida, ya que ella no estaba dispuesta a continuar con la hipocresía social mayoritaria y trató cuestiones que necesitaban salir a la luz, para normalizarlas y sensibilizar al público con las situaciones y las personas que las vivían. De este modo, en Never Fear (1949) una bailarina se enfrenta a un nuevo panorama debido a una discapacidad, en Ultraje (1950) la violación sexual se plantea sin responsabilizar a la víctima, en Hard, Fast an Beautiful (1951) escarbó en los vínculos maternos posesivos y en El Bígamo (1953) nos mostró la realidad de aquellos que viven vidas paralelas. En algunas de ellas, no sólo escribió las tramas y las dirigió, sino que también intervino como intérprete; además, consiguió que las ganancias fueran mucho mayores que los costes, como sucedió en la mencionada Madres Solteras, con una inversión de cien mil dólares y una recaudación de un millón.

Ida Lupino, en el rodaje de The Hitch-hiker (1953)

Por si fuera poco, desde mediados de los años cincuenta hasta los setenta, Ida Lupino compaginó la gran pantalla con la televisión, dirigiendo y participando en episodios de series de gran éxito, como Alfred Hitchcock Presenta, La Dimensión Desconocida, El Fugitivo, Tate, Bonanza, Batman, Los Intocables, Hechizada, Los Ángeles de Charlie, Mr. Adams and Eve, etc. Y no hay que dejar de señalar su talento como cantante y compositora que, entre otras obras, nos dejó la canción para orquesta The Aladdin Suite (1930).

Lupino no fue discípula de ningún director de renombre, aunque trabajó con muchos de ellos. Llegó a confesar que, en sus inicios como actriz, se aburría en los rodajes y fue así cómo aprendió los intríngulis de la dirección, entre toma y toma, con las indicaciones técnicas de los expertos y las conclusiones de sus observaciones. Ella, quien la prensa bautizó como “la Jane Harlow británica” en un principio, para más tarde convertirla en “la Bette Davis de los pobres” –por su mirada desvaída e implacable al mismo tiempo, y por aceptar los papeles que la gran estrella rechazaba-, solía bromear diciendo que, como directora, también podía autodenominarse la “Don Siegel de los pobres”.

Carrie Rickey, cuando Lupino ya afrontaba su madurez, advirtió en uno de sus artículos que fue capaz de abordar frontalmente asuntos tan delicados como la sexualidad, la dependencia y la independencia, muy alejados del glamour y la falsa moral. Por su parte, Jacques Lourcelles, en su Dictionnaire de Cinéma (1992), subrayó su tendencia hacia narraciones donde los personajes estaban heridos, de algún modo, y donde se sucede el necesario proceso de cicatrización. Su visión como cineasta abarcaba la fragilidad emocional de la víctima, el sentido de la vida, el espíritu de resistencia, el pánico y la crueldad, la profunda compasión, la claridad de los hechos con los que lidiamos la gente común y corriente. Pocos años después de que se reconociera su gran legado, el 5 de agosto de 1995, falleció en California a los 77 años.

En su silla de directora se leía una frase: “La madre de todos nosotros”. Sabía que en un mundo de hombres debía actuar con sutileza, sugiriendo sin imponer. Transgresora en el Hollywood de entonces, por sus formas cinematográficas y su ruptura estética, suscitó siempre la perspicacia del famoso Código Hays; el mismo que decidía qué se podía ver en la gran pantalla y qué no. Tampoco dudó en romper su amistad con Ronald Reagan cuando éste se volvió republicano, escribiéndole una carta de su puño y letra muy irritada.

Como ella misma decía: “No se nace mujer; llega una a serlo”.


María Rodríguez Velasco. Escritora y actriz.

Nace, crece y, actualmente, vive en Aceuchal, un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz. Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca y Máster en Neuropsicología y Educación por la UNIR. Colabora en la revista cultural digital Amanece Metrópolis reseñando obras de teatro, novelas y poesía; también, ha participado escribiendo relatos cortos en la sección de bloggers de la Editorial Acto Primero. Es integrante de la Asociación Acebuche-Teatro desde hace más de una década y ayudante de dirección en su cantera infantil. Ejerce profesionalmente como orientadora en los Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica de la Junta de Extremadura, en diversos centros.
Apasionada del cine, la música, la lectura y el teatro, que le han aportado sosiego, sentido común y horizontes infinitos donde proyectar sueños y realidades posibles. La interpretación y el escenario le han permitido viajar lejos y profundizar en las entrañas de muchos personajes; en definitiva, explorar la inteligencia emocional.

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