Por Emilio Campomanes
Sección: Con firma masculina/Invisibles en la Antigüedad
Sábado, 7 de mayo. 2022
Las famosas termas romanas, serían equiparables a los “baños públicos” de nuestros días. Sin duda, son el gran emblema de la romanización y, a veces, me permite explicar a los estudiantes cómo un pueblo invasor, logró aculturar a la población hispana, aunque soy consciente de que es una enorme simplificación, para ayudar a comprender un fenómeno tan complejo.
El baño era un pasatiempo muy popular que caló hondo entre los hispanos, que adoptaron esta parte más lúdica de la cultura romana, acompañada de una forma de socializar y relacionarse. Así, estos edificios son el hallazgo arqueológico más frecuente en casi todo el occidente de Europa y constituyen un test bastante fiable del nivel de romanización de los diferentes pueblos sometidos. Es posible que detrás fuese el uso de la lengua – el latín– y otros elementos culturales.
Como especie, a los humanos nos agrada sumergirnos en el agua, sobre todo la caliente. El baño fue una actividad placentera entre griegos y romanos, que heredó la cultura musulmana y la andalusí de nuestras tierras. Y en nuestros días gran parte de nuestra sociedad asocia los momentos de ocio o vacaciones al baño en piscinas o playas.
Los romanos alcanzaron cotas inigualables de refinamiento en el baño. A finales del siglo I a.C. inventaron un sistema de calefacción, que enseguida instalaron en todos los baños públicos y privados. No solo calentaba el agua para las bañeras, sino también la temperatura ambiente de las habitaciones para que los usuarios pudieran recorrerlas desnudos, e incluso era capaz de disponer saunas a elevada temperatura. Este invento supuso que se multiplicasen los edificios termales por todo el Imperio, no solo por su eficacia sino por la alta demanda de la sociedad romana que se volvió adicta a las termas.
Un invento que cambió la sociedad
El sistema de calefacción disponía de uno o varios hornos que calentaban el aire que circulaba a través de cámaras huecas bajo los suelos, conocidas con el nombre de hipocausto, y creaban un efecto como nuestros “suelos radiantes”, donde era necesario caminar con zuecos de madera para no escaldarse los pies. En las habitaciones con mayor temperatura se disponían cámaras huecas por las paredes, de modo que el calor emanaba por los laterales y se utilizaban como saunas, de las que existía la variante de sauna húmeda (sudatio) y de sauna seca (laconicum).

Las termas tenían un recorrido preciso. Comenzaba en una sala de agua tibia (tepidario) para aclimatar el cuerpo antes de entrar en la sauna, después se iba a una sala caliente (caldario), para terminar en otra de agua fría (frigidario) que tenía una pequeña piscina dentro del edificio, aunque también existía una piscina de grandes dimensiones al aire libre (natatio). Incluían salas inevitables como las letrinas colectivas o un vestuario con taquillas donde se suministraban toallas o lienzos de tela para envolver el cuerpo. En muchas había salas de masaje e incluso biblioteca.
En las termas se hacía ejercicio físico en una explanada porticada al aire libre llamado palestra y, al igual que en nuestros días, se consideraba una práctica saludable muy seguida. Era un lujo al alcance de todas las clases sociales, gracias a que la entrada era a bajo precio y las ciudades procuraban estas instalaciones públicas para todos sus ciudadanos por muy humilde que fuese su condición.

El vicio por las termas fue tan grande que se levantaron costosos complejos termales ahí donde hubiese un romano. Lujosos edificios forrados de mármoles y estatuas, grandes estancias abovedadas de compleja construcción y acueductos de complicados trazados para alimentar el elevado consumo de agua. En Roma cada emperador rivalizó con el precedente erigiendo termas de dimensiones inusitadas y el resto de las ciudades lo imitaron. Hubo baños en todas las ciudades, a razón de uno principal y varios pequeños distribuidos por los barrios; los nobles construyeron termas privadas en sus grandes mansiones o en las suntuosas villas en el campo; se erigieron en los campamentos legionarios de las fronteras y en lugares recónditos donde destinaron destacamentos de militares. Todo para disfrutar de su baño diario.
El baño y la intimidad
Nuestra sociedad entiende que hay una serie de actividades que son íntimas y muy privadas, por lo que deben estar separadas por sexos. Y así, separamos vestuarios para hombres y mujeres, cuartos de baño, etc. Pero la mentalidad de la sociedad romana era muy diferente y no entendía la intimidad como nosotros. Por ejemplo, los cuartos de baño es quizá el espacio más íntimo en nuestra sociedad, pero en Roma las letrinas eran públicas y colectivas. Eran estancias con un banco corrido donde defecaban varias personas a la vez y donde se conversaba con naturalidad. Nos llama mucho la atención visitar las ruinas arqueológicas de estos lugares.

Se podría pensar que estos lugares fueron solo para hombres o bien se utilizaron separados por género, pero lo más sorprendente es que fueron de uso mixto. Hombres y mujeres disfrutaron de los baños al mismo tiempo, casi sin ropa o totalmente desnudos, lo que chocaba con el sector más puritano de la sociedad romana. Ese sector que cubría a las mujeres de buenas familias con prendas hasta los pies y con un velo sobre el pelo.
Las rígidas normas sociales caían por tierra en las termas y, de repente, el mundo clasista y, por qué no decirlo, machista de los romanos desaparecía entre el vaho de los baños. Simplemente, se disfrutaba del baño caliente o de la sauna, que era una auténtica pasión que embriagó a toda la sociedad. Y además se añadían otros pequeños placeres para los romanos. Allí se recibían masajes o se depilaban, costumbre que, por cierto, ambos sexos practicaban por igual como parte de su higiene corporal; se comía y se bebía mucho, se hacían negocios, política, se cotilleaba… Todo el mundo iba a los baños: clases altas y bajas, hombres y mujeres, incluso familias completas disfrutaban de un momento de placer.

También hombres y mujeres disfrutaron de la palestra donde se hacía ejercicio. Muchos historiadores suelen soslayar que esta afición también fue compartida y parece que el deporte en la Antigüedad fue exclusivo de hombres o se reduce la historia del deporte a las gestas y nombres de algunos atletas famosos. Es posible que le dedique alguna entrada a esta cuestión.
El deporte y el ejercicio físico fue otra gran pasión de la Antigüedad heredada de Grecia, por el convencimiento que ligaba el deporte a la salud. Y como en nuestros días, algunas personas padecían auténtica obsesión por el ejercicio físico. Y, cómo no, las mujeres también fueron muy aficionadas a todo tipo de ejercicio físico. Algunos, incluso, del los que se ha hecho creer que fueron propios de hombres: diferentes tipos de juegos de pelota, un juego llamado de la palma, o bien levantar pesas, la carreras…
La mala fama de las termas
Y claro está, en las termas se practicaba sexo. Pero el sexo se practicaba en multitud de lugares, tanto en público como en privado. El sexo en Roma es otro aspecto, que nos cuesta entender desde nuestra cultura y no me refiero al tópico de las orgías de los emperadores depravados, no. Me refiero al sexo en la sociedad y las gentes de la calle.
El poeta hispano Marcial era un defensor de los baños mixtos, pero otros escritores fueron muy críticos y nos cuentan que las termas provocaron más de un escándalo sexual, sobre todo en las clases altas. Y las termas, como un lugar repleto de placeres era un lugar muy propicio. El ambiente en los baños era muy promiscuo, en un entorno placentero, de relajación moral y además la desnudez tenía el efecto de igualar socialmente a todos sus usuarios, de modo que los placeres de las clases bajas estaban al alcance de las clases altas, sobre todo de las mujeres sometidas a estrictas normas sociales. Y la sociedad romana fue muy promiscua. Cuanto más se reguló para evitar los escándalos, más promiscuidad había.
Algunos investigadores aluden a la prostitución en el entorno de los baños, cosa que a los arqueólogos repele, ya que prefieren admirar los prodigios técnicos de los hipocaustos. Pero lo cierto, es que fue un lugar muy propicio y algunos baños debían incluir un prostíbulo en el piso superior. En las termas de Pompeya sus vestuarios incluían un catálogo con servicios sexuales pintados en la pared de una forma más que explícita.
(… Continuará)
Emilio Campomanes Alvarado
Licenciado en Arqueología e Historia de la Antigüedad y arqueólogo profesional durante 25 años, ha trabajado en la provincia de León y limítrofes, sobre todo en lugares de época romana como el anfiteatro, el acueducto o la Puerta Obispo de la ciudad de León, o el ad Legiomen (Puente Castro); también otros medievales como San Miguel de Escalada o la iglesia paleocristiana de Marialba de la Ribera, e incluso algunos modernos. Aunque la mayoría han sido relacionados con su especialidad en época romana, siempre ha mirado hacia los periodos difíciles, como la transición entre la Antigüedad y el Medievo.
Afirma haber muerto y haber regresado y desde entonces dice haberse “jubilado”. En ese momento es de las pocas veces que deja de hablar interminablemente. Aunque ser arqueólogo se lleva dentro y difícilmente dejará de sentirse tal. Tipo excéntrico –por si el lector aún no se había dado cuenta–, afirma que le gusta la enseñanza, para horror de los profesores de verdad, los profesionales. Imparte cursos, clases, talleres en el medio rural y afirma que le divierten mucho. Pero no se considera profesor y afirma haber sido rechazado en varias ocasiones para entrar en la enseñanza, lo cual honra un cuerpo serio como éste.
Ha publicado numerosos artículos de investigación en diversas revistas científicas y en congresos. Si a alguien le interesa aburrirse leyendo alguno, puede descargarlos aquí (https://independent.academia.edu/EmilioCampomanes). Pero desde hace unos años se ha pasado a la divulgación, que espera hacer con rigor, aunque su mayor interés es no aburrir al público lector, ni desde luego aburrirse a uno mismo. Fruto de su interés por la divulgación son dos libros “Guía del León Romano” y “El Legado de Roma en León”, ambos en la editorial Lobo Sapiens. Ha estado inmerso en un proyecto llamado “Hispanas”, recogiendo noticias de la actividad de las mujeres en la Hispania romana.
En la actualidad se encuentra inmerso en varios proyectos de los que se niega a dar información: “si cuentas tus proyectos se gafan”, afirma con voz seria.